De pronto, en la acera de una pequeña ciudad portuguesa, este carro, convenientemente aparcado, con su mulo paciente y sus perros amigos, se diría una aparición. Parece una imagen arrancada de otros tiempos, cuando el encontrar sitio para el coche no era una obsesión, ni nos quitaban puntos del carné, ni había caravanas de automóviles en la carretera, ni ranking de muertos, ni tanto ruido, ni tanta prisa y consiguiente miedo a vivir. Cuando el carro, la calesa o el landó marcaban el ritmo de la vida más naturalmente, y abundaba el tiempo para escuchar el pálpito secreto de nuestro corazón y la palabra de nuestros congéneres. Hoy vivimos mas de prisa, vivimos más años, sí; con móviles, portátiles, Internet, información instantánea. Pero ¿vivimos? Juan Ramón no conversaría con Platero ni exclamaría al cabalgar por las calles de Moguer: “A caballo va el poeta, qué tranquilidad violeta”.
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