LAS VOCES DEL VERANOby
Háblame, Señor, con voces del verano,
cuando sube la hormiga por mi brazo,
y me evoca otra vez que parte soy del sueño,
y la hierba o la arena me devuelven conciencia
de que fui tierra algún día, o sigo siendo polvo,
mas polvo enamorado de esa sed infinita
que alienta a este universo.
Acúneme el sopor con brisas de la noche,
-¡oh noches de verano ungidas de nostalgia!-,
con silencio habitado de lejanas canciones
y grillos escondidos que taladran el alma
de luna y soledad.
Recuérdame otra vez, más allá de los árboles,
ese mar de la infancia que me acuna en la noche
con su salmo de olas: “¡Navega, sé mi azul!”
Tararea el verano una copla perdida
de amor, de adolescencia, y llora en mis entrañas
desde aquel tocadiscos boleros de Ravel.
Me estrena sus mañanas con perfume de sol,
y acompaña mis pasos por la vera del río
en volandas del aire hacia una Virgen niña
que aún espera en su ermita un piropo infantil:
¡Dios te salve, María; qué llena estás de gracia!
Han pasado los años con luces, con sus sombras,
y el dolor en los huesos que limita mis pasos
susurra tantos nombres que son risas y lágrimas
pero también presencias que tiemblan a mi lado,
y jamás morirán.
Háblame de aquel niño que fui y ahora presiento
más cerca, más humano,
pues voy transparentando con el paso del tiempo
un verano en mis venas llevado de tu mano,
vacaciones eternas de alta Mar.
Pedro Miguel Lamet
El clamor del silencio
Vivimos un siglo de aglomeraciones y ruido. Nunca como ahora las gentes huyen de los pueblos, vacían las aldeas, se concentran en grandes ciudades, atiborran los supermercados, invaden las playas, las carreteras, las terrazas, los restaurantes. Se diría que los individuos de hoy aborrecen la soledad.
Tal fenómeno responde a una necesidad, que se agravó por el síndrome de la postpandemia: evitar como sea el encierro y el silencio. A ello contribuye una sociedad meteórica, que invita a seguir corriendo, no detenerse, quizás para evitar encontrarnos con nosotros mismos, el runruneo de nuestros propios pensamientos, y para drogarnos con nuevos tragos de ruido y multitud.
“El hombre se adentra en la multitud por ahogar el clamor de su propio silencio”, decía Tagore. Y es cierto, si no hay vida interior, el silencio atrona.
La naturaleza, como esta foto, no enseña siempre más que mil palabras. Las aves aunque lo hagan con otras vuelan solas, y cuando reposan, miran al mundo como estas cigüeñas, desde el retiro de sus quietas alturas. De forma consciente o inconsciente todos necesitamos lo mismo. Quizás por ello se han puesto de moda las mascotas, porque acompañan sin hablar.
Cierto aislamiento es imprescindible para despertar y volver, desde el yo interior, a comulgar con el Todo. Más que nunca orar es callar en conexión silenciosa con nuestro cielo interior. “Pero tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cuando hayas cerrado la puerta, ora a tu Padre que está en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt.6,6).
Foto: “Al fin solos” ©PMLamet
byTengo un velero
TENGO UN VELEROby
“El reino de los cielos
dentro de vosotros está”
(Lucas 17, 20-25)
Tengo un bonito velero embarrancado
en la arena olvidada de aquel tiempo,
en que de niño zarpaba cada tarde
desde la triste playa de mis sueños
a navegar a solas sin más norte
que el ansia de abrazarte en cualquier puerto.
Han pasados los años, las borrascas
del dolor, la angustia y hasta el miedo;
y tú, Señor, sin más me has enseñado
que ningún horizonte estaba lejos,
ni bogar a otro mundo me hace falta
cuando toda la Mar la llevo dentro.
Pedro Miguel Lamet
Foto: Portimao (Portugal) ©PMLamet
Tu niño oculto
by
Los niños son pedazos de Dios y no lo saben,
van saltando en la lluvia y no se mojan;
el aire besan sin ser sus propietarios;
dan regalos sin precio, a solas juegan
y van acompañados de todo el universo.
Los niños aún no saben
qué papel les darán en la comedia;
y cuando miran, te ven directamente,
sin careta, te ven como tú eres,
sin sopesar qué vales o qué cobras;
si eres peón, ministro o propietario,
joven o viejo, o el puesto que te han dado
quienes reparten roles de apariencia.
Juegan los niños con tu niño oculto
y solo si lo abrazas te vives como eres.
Pedro Miguel Lamet
Foto: “Nico”.© PMLam
Aquí, las entrañables imágenes de antaño
En los años ochenta, cuando yo dirigía el semanario Vida Nueva, escibí durante mucho tiempo una breve sección que consistía en un comentario semanal a una imágen relacionada con el evangelio de cada domingo, una especie de «fotopalabra», donde intentaba hacer aflorar su secreto mensaje, su evocación, su sabor a más.
Con el tiempo descubrí que aquellas fotos comentadas -la mayoría en blanco y negro- eran como un alto en el camino, un reposo que liberaba a muchos lectores en medio de sus angustias y problemas. Algunos incluso las recortaban y coleccionaban con cariño.
Entre ellos se encontraba Jesús María Quintero Gómez, que comenzó a escanearlas y rescatarlas vía Internet. Pues bien, ahora, con un ímprobo trabajo, las ha alojado en esta web para disfrute de todos nuestros lectores. Jesús María es una persona muy especial. Maestro rural en un pueblo perdido por vocación, artesano del esparto por devoción y solitario al servicio de los demás gracias a su anchurosa fe, es una mezcla de monje laico y creyente libre. Desde aquí le agradezco esa fidelidad a mis queridas y entrañables imágenes, que resucitan gracias a él en esta página.
Las podéis encontrar en ESTA DIRECCIÓN. Están clasificadas por este orden: Primeras Luz de la mirada El Verbo Alfabético Dentro de cada sección se pueden ampliar para leerlas mejor.
byResucitar a la presencia
RESUCITAR A LA PRESENCIAby
Si me miro en el fondo de mí mismo
sin dejar que mi yo se me interponga,
ni el triste pensamiento me proponga
toda la vaciedad del propio abismo.
Si busco sin buscar con heroísmo
la luz secreta que de Ti prolonga
ese amor que ya soy, haz que me imponga
sumergirme contigo en tu bautismo,
que es nacer otra vez a la alegría
de saberme pequeño como un niño,
tan grande como el mar en su querencia
y navegar tan solo en el cariño
de ese Dios que embriaga el alma mía
por la resurrección de la presencia.
Pedro Miguel Lamet
La muerte resucitada
Armonía, paz, dulzura y unción trascendida son los sentimientos que emite esta tabla del siglo XVI que se conserva en el Museo Antiguo de Sigüenza, procedente de la cercana pedanía de Pozancos. De allí fue trasladada para evitar su expolio en una época en que era frecuente el robo de obras de arte en las iglesias rurales. Debida al pincel de un anónimo pintor castellano, representa el Entierro de Cristo con las clásicas figuras: Cristo muerto sobre el sudario en el momento de ser colocado en el sepulcro por Nicodemo y José de Arimatea, mientras María, con las manos juntas, lo contempla desolada y consolada por su “nuevo hijo”, el apóstol Juan, a la par que las tres santas mujeres se ocupan de Jesús a sus pies, especialmente la más versada en besarlos y enjugarlos, María Magdalena.
El oro de las auras y la riqueza de las vestiduras son solo el complemento de los detallistas rostros espléndidamente humanos en torno a la suave curva del cuerpo de Cristo, que atraviesa, como un río de quietud, todo el cuadro. Un Adán y una Eva, que también fueron trasladados al Museo de Sigüenza, escoltaban a la pintura en la parroquia de Pozancos como un resumen de historia de salvación. Todo ello ornamentaba el enterramiento de don Martín Fernández, señor de Pozancos, capellán que fue de la iglesia de Sigüenza, arcipreste de Hita (no el famoso escritor), cura de las Inviernas…
Hoy mirar esta tabla nos sitúa en el no-tiempo del arte, que toca la fibra más secreta del ser humano, con un canto íntimo a la muerte y la Vida, dejándonos en el alma ese sabor a más, la inefable paz eterna de una Pascua secretamente oculta ya en el mismo sepulcro.
Foto: “Entierro de Cristo”. Tabla de Pozancos. Exposición dedicada al centenario de Cisneros (2017). Hoy en el Museo Antiguo de Sigüenza. ©PMLamet
byAl papa Francisco en sus once años de pontificado
Hoy se cumplen once años del pontificado del papa Francisco. En su honor y en agradecimiento a haber acercado un poco más la Iglesia al Evangelio de Jesús, le dedico este soneto:
AL PAPA FRANCISCOby
Como una estrella de una luz lejana
que ilumina el desierto, de repente
viniste a Roma sencillo y sorprendente
a abrirnos de par en par una ventana;
rompiste el protocolo y la mundana
vanidad de una Iglesia indiferente
para sentarte sin más entre la gente
como un pastor que ríe en la mañana.
Amigo de los pobres y pequeños,
voz de los sin voz, alzas tu cayado
contra un mundo de odio e injusticia;
como Jesús, no temas a los dueños
del mundo del poder y la malicia,
pues en tu cruz ya has resucitado.
Pedro Migue Lamet, sj
El primer nido
«¡Qué bien le viene al corazón su primer nido!», dice el poeta, saboreando el recuentro de la casa de la infancia. Los primeros balones, los «hijo mío, no llegues tarde» al salir de paseo, las vueltas del cole con el peso de los libros y las lágrimas del cate, el sabor a hogaza crujiente y a madre y hermanos tras el frío del invierno y los desengaños, las noches de sobremesa y los cuentos del abuelo a la luz de la lumbre.
La casa de la infancia.
¡Qué alegría del regreso desde el lejano país, la mili o el viaje! ¡Y qué tristeza la del adiós!
«De aquella ventana del adiós no te has ido, madre, todavía», canta Bertrán, o Juan Ramón: «Parece que, en un trueque de pasión, el corazón se trae roto el nido, que se queda en el nido, roto el corazón!»
Parece que la cal, el tejadillo, la puerta, la ventana, habitan nuestra alma en vez de habitar nosotros la casa aquella enjalbegada de la infancia…
¿Qué será recuperar el color, el sabor y el calor de la primera de las casas que ya hemos olvidado, la luminosa y feliz casa del Padre? Todos llevamos dentro un primer nido.
byMeditación sobre el tiempo
De pronto irrumpe en nuestra vida un nuevo año y con él la sensación implacable del paso del tiempo. El autor del Eclesiastés ya meditaba sobre ello:
“Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo (3:1),
un tiempo para nacer, y un tiempo para morir;
un tiempo para plantar, y un tiempo para cosechar;
un tiempo para matar, y un tiempo para sanar;
un tiempo para destruir, y un tiempo para construir;
un tiempo para llorar, y un tiempo para reír…”
Y el Salmo 39:
“Hazme saber, Señor, el límite de mis días, y el tiempo que me queda por vivir; hazme saber lo efímero que soy. Muy breve es la vida que me has dado; ante ti, mis años no son nada. ¡Un soplo nada más es el mortal!”
El paso del tiempo y la brevedad de la vida suelen provocarnos angustia.
Pero el creyente tiene una ventana abierta a la luz:
Ahora, ya mismo, soy todo, soy eterno.
“Y sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, para los que son llamados conforme a su propósito”. (Rom, 28) “¡Alabado sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo! Por su gran misericordia, nos ha hecho nacer de nuevo mediante la resurrección de Jesucristo, para que tengamos una esperanza viva” (1Pe 1-3).
Cierro los ojos, respiro, me sumerjo en lo profundo de mi ser y nado en la eternidad que ya soy, un ahora infinito con apariencia de tiempo.
Detrás del efímero pasar, caminar, vivir, sufrir y hasta morir, palpita un “estar” sin límites, saboreado aquí y ahora en el fondo del alma.
(Foto: «El Doncel de Sigüenza». Una escultura que solo tiene un poema: Jorge Manrique: «Nuestra vida son los ríos…»)
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