Acaba de aparecer una nueva biografía de Pedro Arrupe.
TEXTO DE CONRAPORTADA
Profeta de nuestra época y renovador de la Iglesia del posconcilio, Pedro Arrupe Gondra, SJ, es en la actualidad una de las figuras más iluminadoras e influyentes de nuestro tiempo por sus intuiciones sobre el futuro y, sobre todo, por el ejemplo de su vida admirable. Tras muchas vicisitudes e incomprensiones, finalmente sus virtudes están en vías de ser reconocidas por la Iglesia con la vigente apertura de su proceso de canonización.
Hace cuarenta años el autor de este libro realizó la última entrevista con el padre Arrupe antes de morir y una investigación exhaustiva en diversos países para elaborar la primera y más completa biografía, cerca de veinte veces reeditada, traducida y difundida por todo el mundo, hasta influir incluso en el cambio de vida y revitalización de la fe de no pocos lectores.
Contaba una joven monja que muy agobiada fue a consultar a su director espiritual: “Mire, padre, estoy muy preocupada. Es que, cuando estoy mejor en la capilla, es cuando no hago nada, ni pienso en nada; simplemente estoy”. El sacerdote sonrió: “No se preocupe, hermana, acaba de descubrir el silencio”. La religiosa no se fue muy convencida. ¿Cómo podía alcanzar aquella paz interior sin pensar, reflexionar, sin leer algo? Y, sin embargo, estando así simplemente, saboreaba una quietud y una alegría que nunca hasta entonces había disfrutado.
Vivimos más que nunca ensordecidos por el ruido. Hay un ruido exterior que no para: en el bar, en el coche, en casa, en la calle. La radio, la tele, el móvil, mensajes, publicidad nos embotan los sentidos.
Pero hay otro ruido interior más peligroso, el de la mente, que runrunea dentro de nosotros desde un personaje que creemos ser y no somos. Te da la tabarra con la culpabilidad del pasado, que ya no existe, y, por tanto, se convierte en una tortura inútil. O con las preocupaciones de lo que va a venir, un futuro lleno de miedos que nos adelantamos también inútilmente de forma masoquista, porque aún no sabemos realmente cómo será. La mente siempre nos contamina con sus ruidos, alejándonos de lo que es.
Solo el silencio nos libera. Pero le tenemos pavor, porque lo identificamos con soledad y vacío, sin apreciar que es una soledad acompañada del Universo y un vacío lleno. Escribe Benedetti:
NO ME SIRVEN LOS NOMBRES
No me sirven los nombres
ni los conceptos que encierran las palabras,
ni el pensamiento elaborado
que encarcela la vida en etiquetas.
He borrado al filósofo raquítico
que nada explica sino la ausencia
de sentido.
He colgado el álbum persistente
de las fotos con culpa
y el ego enamorado
de mi yo en el espejo temblando de existir.
Solo busco encontrarte en ese agujero de la nada
para hundirme en la esencia del “no sé”.
Sé que no sé, y eso me llena,
alimenta un rescoldo de presencia,
una luz tan pequeña en que reposo,
que calienta en lo íntimo
lo inefable, lo inmenso, lo remoto
el ahora, el ayer, lo imprevisible,
una chispa del fuego que seré
y ya me habita si no pienso.
Desde que estoy ausente de mí
me colma el Universo.
Pedro Miguel Lamet
Contemplo a la gente en vacaciones y se parece mucho a la estresada de la vida cotidiana. Viven el tiempo como una carrera; en verano, carrera del disfrute, desde el miedo a perder el minuto. Con lo cual este modo de huir nunca es un verdadero descanso, ni para el cuerpo ni para la mente.
Nadie para. Todo el mundo huye de algo, probablemente de sí mismo: de la tortura de un pasado que no se acepta y el miedo a lo que va a pasar en el futuro. El problema parte de una desconexión central. El yo del ser humano es como una cebolla, con capas superficiales que nos subyugan con incentivos múltiples y alimentan el pequeño ego, el del éxito, el apego, la inmediatez.
Hacer turismo, por ejemplo, es disparar fotos como una metralleta: cuanto más vemos, menos miramos, y las imágenes no calan en el interior. Se acumulan en la memoria del smartphone.
Solo se vive plenamente conectando desde la almendra de la vida, el silencio profundo, la capa que se oculta en lo innombrable. En un rincón hondo donde siempre hay Presencia. Desde la Presencia la vida es ahora, toda la Vida. Ese “yo soy” conecta con la libertad, la luz, la hermosura, la verdad. Pero no la puedes calificar. Si le pones un nombre, la estropeas. La parcelas, la conceptualizas. Es, es simplemente.
Morder una fruta, contemplar una flor, hundirte en un crepúsculo, ahondar en una mirada. Todo es gracia, todo es plenitud. Pero para vivirlo hay que dar el salto de la utilidad, la propiedad, el dominio o poder, el miedo a perder o la obsesión del tener.
El “negarse a sí mismo” del Evangelio, es un “no” a ese pequeño ego superficial y agobiado, y un sí genial al “yo” conectado con la Presencia. Aunque sea un instante, rompe con la mente y desde el silencio saborea la Presencia, más allá de tiempo.
“El reino de los cielos dentro de vosotros está” (Lc 17, 20-25)
LA LLAMADA DEL MAR
Cuando te miro sin pensar en nada,
mar de mi costa ribereña,
me siento el niño que perdido sueña
con navegar a la tierra deseada,
y el adolescente que en su mirada
quiere besar la plenitud sureña
del lejano horizonte que se empeña
en huir, gaviota en escapada.
Han pasado los años con presura:
el dolor, la alegría y la tristeza
como el velero ansía el infinito,
y tú, Señor, de nuevo con viveza
me gritas: ¡Ven, navega en mí, Pedrito,
por este Mar de amor y de locura!
Pedro Miguel Lamet
No lo puedo comprender. Quizás por eso, cuando vuelvo al mar me quedo extasiado, con un pálpito más allá de la razón. Me pasa como con Dios: lo sé, me aletea dentro, lo percibo de otro modo, con una mezcla de intuición y recogimiento. Pero tampoco lo entiendo con estas pobres entendederas, el pensamiento lógico-matemático con que nos movemos diariamente por la vida.
¿Qué sentimientos, impresiones o intuiciones me trae el mirar al mar?
PLENITUD Y MOVIMIENTO: En primer lugar, no es abarcable para la mirada. Por tanto, me supera, rompe mis coordenadas de captación y al mismo tiempo está continuamente moviéndose y cambiando de color, como la vida misma, que no sé dónde empieza y donde termina, pero que intuyo como algo con un fondo infinito, que permaneces más allá del movimiento de las olas. Es decir, que pasa y queda.
EL GORRIÓN
Tan pequeño, tan frágil y señero,
aquel gorrión se posó en mi mesa
tras una miga, y comió su presa
como si poseyera el mundo entero,
sin sentirse de nadie prisionero
en su vuelo gritaba una promesa
que me decía: “Abraza la sorpresa
de vivir con todo y a la vez ligero”.
Ay, gorrión, descúbreme el camino
que dibujan tus alas en el cielo
de cumplir con el fondo de mi esencia,
que se traduce en el papel divino
de pasar sin pesar con un anhelo:
¡Ser latido del Todo en la Presencia!Pedro Miguel Lamet
EL AHORA INFINITO
Cuando yo entre mis manos te sostengo
cada mañana al abrirse el día
y pronuncio esa palabra que no es mía
para hacerte venir, no te retengo,
ni siento mi poder, pues no intervengo
en ese prodigio del pan, tu eucaristía.
Es como si desapareciera en la sinfonía
de un canto universal del que provengo,
y, perdido mi yo, me disolviera
en el fuego inicial de esa mirada
con que el mundo exterior se hizo visible,
y tal tromba de luz me convirtiera,
abrazado al vacío de mi nada,
en un “ahora” infinito e inasible.
Pedro Miguel Lamet
CONSOLACIÓN
Detrás de mí, como una caracola
que me sonara a mar y a un sentimiento
de algo lejano traído por el viento,
una nube de ti vino en la sola
soledad, con que al despedirse inmola
la sangre de la tarde su momento
y se duerme de pronto el descontento
como la brisa acuna a la amapola.
Era un beso de fuego, una mirada,
la caricia sutil de una presencia,
una fuga del yo que se enamora,
un hueco de la luz desde la ausencia
que al sentirse vacía es liberada
si sabe que es el Todo sin ser Nada.
Pedro Miguel Lamet