HAY una luz en el claustro. Es un
aliento del sol en las rendijas del
ánimo.
La sombra se alarga hundida en
los arcos ojivales, dejando el
alma colgante
de la tarde lacerada, roja y malva
en los cristales. Vago con Dios a
mi espalda.
(De El alegre cansancio, 1960)
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