Para filtrar el alma han colgado el visillo
que deja al sol pasar y oculta la mirada
inundando la estancia de claridad lechosa.
Los contornos son tibios, los colores, fraternos
y la vieja madera se arrebola y se aniña.
Un mundo de pisadas se adivina en la acera,
cuando, ya atardecido, se barrunta la vida
desde el andar sin rumbo de la cansada calle.
¡Oh, si al pasar de pronto, una mano corriera
el sutil cortinaje y el hogar fuera entero
del pobre, del perdido, del triste caminante!
Pero el visillo tiende la frontera terrible:
un abismo insondable entre el dentro y el fuera.
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