”“La mer est ton miroir” decía Baudelaire. “Hombre libre, querrás al mar. El mar es tu espejo; en la sucesión infinita de las ondas tu alma se refleja, y tu espíritu no es un abismo menos amargo”. En ese espejo en ese horizonte inalcanzable el hombre recobra su identidad.
¿Quién no ha soñado con galeones, veleros, viejos marinos, islas desiertas, puertos exóticos y mundos inexplorados? Todos llevamos dentro un Robinson Crusoe, un Ulises un Capitán Nemo y un Simbad el marino. Como al mirar al fuego, y a los niños jugar, el mar nunca cansa a nuestros cansados ojos.
Paradigma de nuestra nostalgias y parábola de nuestra vida, siempre cambiante, siempre insatisfecha., el mar sigue interrogando al hombre. “Y will go back to the great sweet motther, mother and lover of men, the sea”.: “Me volveré a esa gran dulce madre, madre y amante de hombre, la mar”; versos de Swinburne que evocan nuestra procedencia y nuestra vuelta inevitable al infinito.
Y sin embargo, los cientos de miles de veraneantes que pasan sus vacaciones junto al mar, ¿son capaces de meditar en ese trasunto de lo eterno? Sólo cuando nuestro ojos se vuelvan azules de tanto mirar al mar sabremos quienes somos realmente. Olas, hechuras de Dios destinadas a perderse en Dios.
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