«¡Qué bien le viene al corazón su primer nido!», dice el poeta, saboreando el recuentro de la casa de la infancia. Los primeros balones, los «hijo mío, no llegues tarde» al salir de paseo, las vueltas del cole con el peso de los libros y las lágrimas del cate, el sabor a hogaza crujiente y a madre y hermanos tras el frío del invierno y los desengaños, las noches de sobremesa y los cuentos del abuelo a la luz de la lumbre.
La casa de la infancia.
¡Qué alegría del regreso desde el lejano país, la mili o el viaje! ¡Y qué tristeza la del adiós!
«De aquella ventana del adiós no te has ido, madre, todavía», canta Bertrán, o Juan Ramón: «Parece que, en un trueque de pasión, el corazón se trae roto el nido, que se queda en el nido, roto el corazón!»
Parece que la cal, el tejadillo, la puerta, la ventana, habitan nuestra alma en vez de habitar nosotros la casa aquella enjalbegada de la infancia…
¿Qué será recuperar el color, el sabor y el calor de la primera de las casas que ya hemos olvidado, la luminosa y feliz casa del Padre? Todos llevamos dentro un primer nido.
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Estimado Pedro M. Lamet. Estoy leyendo una entrevista publicada en «unisinos»; por ella me enteré de su última biografía de Pedro Arrupe. Estoy tratando de escribir la biografía de un jesuita argentino, José María Meisegeier y a través de este sacerdote escuché por primer vez el nombre de Arrupe. Hace ya unos años escribí un breve artículo titulado «Padre Pichi Meisegeier y la Villa 31; una opción por la fe y la justicia entre dos dictaduras». Voy a adquirir la biografía de Arrupe y le enviaré mis comentarios. Gracias, Dora
Muchas, Gracias, Dora por intersarte por Pedro Arrupe y ánimo con tu trabajo. Un abrazo.