Hoy se cumplen once años del pontificado del papa Francisco. En su honor y en agradecimiento a haber acercado un poco más la Iglesia al Evangelio de Jesús, le dedico este soneto:
AL PAPA FRANCISCO
Como una estrella de una luz lejana que ilumina el desierto, de repente viniste a Roma sencillo y sorprendente a abrirnos de par en par una ventana;
rompiste el protocolo y la mundana vanidad de una Iglesia indiferente para sentarte sin más entre la gente como un pastor que ríe en la mañana.
Amigo de los pobres y pequeños, voz de los sin voz, alzas tu cayado contra un mundo de odio e injusticia;
como Jesús, no temas a los dueños del mundo del poder y la malicia, pues en tu cruz ya has resucitado.
«¡Qué bien le viene al corazón su primer nido!», dice el poeta, saboreando el recuentro de la casa de la infancia. Los primeros balones, los «hijo mío, no llegues tarde» al salir de paseo, las vueltas del cole con el peso de los libros y las lágrimas del cate, el sabor a hogaza crujiente y a madre y hermanos tras el frío del invierno y los desengaños, las noches de sobremesa y los cuentos del abuelo a la luz de la lumbre.
La casa de la infancia.
¡Qué alegría del regreso desde el lejano país, la mili o el viaje! ¡Y qué tristeza la del adiós!
«De aquella ventana del adiós no te has ido, madre, todavía», canta Bertrán, o Juan Ramón: «Parece que, en un trueque de pasión, el corazón se trae roto el nido, que se queda en el nido, roto el corazón!»
Parece que la cal, el tejadillo, la puerta, la ventana, habitan nuestra alma en vez de habitar nosotros la casa aquella enjalbegada de la infancia…
¿Qué será recuperar el color, el sabor y el calor de la primera de las casas que ya hemos olvidado, la luminosa y feliz casa del Padre? Todos llevamos dentro un primer nido.
De pronto irrumpe en nuestra vida un nuevo año y con él la sensación implacable del paso del tiempo. El autor del Eclesiastés ya meditaba sobre ello:
“Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo (3:1),
un tiempo para nacer, y un tiempo para morir;
un tiempo para plantar, y un tiempo para cosechar;
un tiempo para matar, y un tiempo para sanar;
un tiempo para destruir, y un tiempo para construir;
un tiempo para llorar, y un tiempo para reír…”
Y el Salmo 39:
“Hazme saber, Señor, el límite de mis días, y el tiempo que me queda por vivir; hazme saber lo efímero que soy. Muy breve es la vida que me has dado; ante ti, mis años no son nada. ¡Un soplo nada más es el mortal!”
El paso del tiempo y la brevedad de la vida suelen provocarnos angustia.
Pero el creyente tiene una ventana abierta a la luz:
Ahora, ya mismo, soy todo, soy eterno.
“Y sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, para los que son llamados conforme a su propósito”. (Rom, 28) “¡Alabado sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo! Por su gran misericordia, nos ha hecho nacer de nuevo mediante la resurrección de Jesucristo, para que tengamos una esperanza viva” (1Pe 1-3).
Cierro los ojos, respiro, me sumerjo en lo profundo de mi ser y nado en la eternidad que ya soy, un ahora infinito con apariencia de tiempo.
Detrás del efímero pasar, caminar, vivir, sufrir y hasta morir, palpita un “estar” sin límites, saboreado aquí y ahora en el fondo del alma.
(Foto: «El Doncel de Sigüenza». Una escultura que solo tiene un poema: Jorge Manrique: «Nuestra vida son los ríos…»)
Que Jesús nazca de nuevo en lo profundo de vuestros corazones, gracias al silencio, esa cuna secreta sin palabras que hace aparecer la Palabra en nuestro interior como un saboreo de la eternidad sin tiempo e ilumine con la Luz sobre toda luz también en vuestro entorno.
¡Con cariño, feliz Navidad!
Y mi obsequio de cada año: este soneto-villancico con los mejores deseos para ti y todos los tuyos:
VILLANCICO DEL ÁNGEL CURIOSO
Quisiera ser ese ángel curiosón que, escapando del gran coro celestial, se introdujera esta noche en el portal a divisar lo que ocurre en un rincón.
Quisiera ser solo uno del montón: entre los pastores el pobre zagal, que, sin el permiso de su mayoral, fuera a cantarte su mejor canción.
Quisiera por fin ser nadie ni nada para verte nacer, Niño, en la hora en que el mundo brilló, dejar la prisa
y acurrucar mi ser en tu mirada junto a esta tierra que padece y llora en busca del calor de tu sonrisa.
Lamet: “Pedro Arrupe fue en pleno siglo XX un hombre del siglo XXI”
El escritor y jesuita reivindica en su nuevo libro ‘Amén y aleluya’ la figura del que fuera general de los jesuitas que, “ante el caos actual volvería a defender la justicia que nace de la fe»
«Arrupe es un hombre del siglo XXI, hoy clave debido a la situación caótica que actualmente existe en el mundo, ante la que nos diría que que es necesario seguir defendiendo la justicia que nace de la fe, ir a lo profundo de las cosas»
Joaquín Barrero: “Un texto para sentir, que da a conocer a Arrupe por dentro. Es una biografía interior»
14.12.2023 | Antonio Saugar
Con un título corto que une y resume pasado y futuro, el jesuita, escritor y periodista, Pedro Miguel Lamet ha presentado ‘Amén y aleluya’ (Ediciones Mensajero, 2023), un libro en el que reivindica la vigencia de la figura del carismático general de los jesuitas Pedro Arrupe en el momento presente, al que calificó de “hombre del siglo XXI”.
El título de la obra evoca la última frase que Pedro Arrupe pronunció antes de morir: “Para el presente, amén; para el futuro, aleluya”. Unas palabras que para Lamet significan que “hay que abrazar el momento, el presente y se optimista con el futuro”.
Acaba de aparecer una nueva biografía de Pedro Arrupe.
TEXTO DE CONRAPORTADA
Profeta de nuestra época y renovador de la Iglesia del posconcilio, Pedro Arrupe Gondra, SJ, es en la actualidad una de las figuras más iluminadoras e influyentes de nuestro tiempo por sus intuiciones sobre el futuro y, sobre todo, por el ejemplo de su vida admirable. Tras muchas vicisitudes e incomprensiones, finalmente sus virtudes están en vías de ser reconocidas por la Iglesia con la vigente apertura de su proceso de canonización.
Hace cuarenta años el autor de este libro realizó la última entrevista con el padre Arrupe antes de morir y una investigación exhaustiva en diversos países para elaborar la primera y más completa biografía, cerca de veinte veces reeditada, traducida y difundida por todo el mundo, hasta influir incluso en el cambio de vida y revitalización de la fe de no pocos lectores.
Contaba una joven monja que muy agobiada fue a consultar a su director espiritual: “Mire, padre, estoy muy preocupada. Es que, cuando estoy mejor en la capilla, es cuando no hago nada, ni pienso en nada; simplemente estoy”. El sacerdote sonrió: “No se preocupe, hermana, acaba de descubrir el silencio”. La religiosa no se fue muy convencida. ¿Cómo podía alcanzar aquella paz interior sin pensar, reflexionar, sin leer algo? Y, sin embargo, estando así simplemente, saboreaba una quietud y una alegría que nunca hasta entonces había disfrutado.
Vivimos más que nunca ensordecidos por el ruido. Hay un ruido exterior que no para: en el bar, en el coche, en casa, en la calle. La radio, la tele, el móvil, mensajes, publicidad nos embotan los sentidos.
Pero hay otro ruido interior más peligroso, el de la mente, que runrunea dentro de nosotros desde un personaje que creemos ser y no somos. Te da la tabarra con la culpabilidad del pasado, que ya no existe, y, por tanto, se convierte en una tortura inútil. O con las preocupaciones de lo que va a venir, un futuro lleno de miedos que nos adelantamos también inútilmente de forma masoquista, porque aún no sabemos realmente cómo será. La mente siempre nos contamina con sus ruidos, alejándonos de lo que es.
Solo el silencio nos libera. Pero le tenemos pavor, porque lo identificamos con soledad y vacío, sin apreciar que es una soledad acompañada del Universo y un vacío lleno. Escribe Benedetti:
NO ME SIRVEN LOS NOMBRES
No me sirven los nombres
ni los conceptos que encierran las palabras,
ni el pensamiento elaborado
que encarcela la vida en etiquetas.
He borrado al filósofo raquítico
que nada explica sino la ausencia
de sentido.
He colgado el álbum persistente
de las fotos con culpa
y el ego enamorado
de mi yo en el espejo temblando de existir.
Solo busco encontrarte en ese agujero de la nada
para hundirme en la esencia del “no sé”.
Sé que no sé, y eso me llena,
alimenta un rescoldo de presencia,
una luz tan pequeña en que reposo,
que calienta en lo íntimo
lo inefable, lo inmenso, lo remoto
el ahora, el ayer, lo imprevisible,
una chispa del fuego que seré
y ya me habita si no pienso.
Desde que estoy ausente de mí
me colma el Universo.
Pedro Miguel Lamet
Contemplo a la gente en vacaciones y se parece mucho a la estresada de la vida cotidiana. Viven el tiempo como una carrera; en verano, carrera del disfrute, desde el miedo a perder el minuto. Con lo cual este modo de huir nunca es un verdadero descanso, ni para el cuerpo ni para la mente.
Nadie para. Todo el mundo huye de algo, probablemente de sí mismo: de la tortura de un pasado que no se acepta y el miedo a lo que va a pasar en el futuro. El problema parte de una desconexión central. El yo del ser humano es como una cebolla, con capas superficiales que nos subyugan con incentivos múltiples y alimentan el pequeño ego, el del éxito, el apego, la inmediatez.
Hacer turismo, por ejemplo, es disparar fotos como una metralleta: cuanto más vemos, menos miramos, y las imágenes no calan en el interior. Se acumulan en la memoria del smartphone.
Solo se vive plenamente conectando desde la almendra de la vida, el silencio profundo, la capa que se oculta en lo innombrable. En un rincón hondo donde siempre hay Presencia. Desde la Presencia la vida es ahora, toda la Vida. Ese “yo soy” conecta con la libertad, la luz, la hermosura, la verdad. Pero no la puedes calificar. Si le pones un nombre, la estropeas. La parcelas, la conceptualizas. Es, es simplemente.
Morder una fruta, contemplar una flor, hundirte en un crepúsculo, ahondar en una mirada. Todo es gracia, todo es plenitud. Pero para vivirlo hay que dar el salto de la utilidad, la propiedad, el dominio o poder, el miedo a perder o la obsesión del tener.
El “negarse a sí mismo” del Evangelio, es un “no” a ese pequeño ego superficial y agobiado, y un sí genial al “yo” conectado con la Presencia. Aunque sea un instante, rompe con la mente y desde el silencio saborea la Presencia, más allá de tiempo.
“El reino de los cielos dentro de vosotros está” (Lc 17, 20-25)