Siempre hace buen tiempo

Otro mayo con María

«Inmaculada». Residencia Pedro Fabro. Madrid

“La primavera ha venido / nadie sabe cómo ha sido”, escribía Juan Ramón. Y así es, puntualmente, por encima de nuestras vicisitudes, guerras y hasta la omnipresente pandemia, las mañanas relucen al sol, las tardes se van haciendo tibias y el anual milagro de la naturaleza estalla nuestros campos de flores y de vida.

Con mayo regresan también alegres recuerdos de infancia y juventud. Entre ellos, la evocación de María, la madre de Jesús que ocupaba ese sitio hogareño y soñador de nuestras ilusiones intactas. Era un instante eterno, con el cordón azul de su medalla al cuello, contemplar a la Virgen adolescente de la congregación mariana en aquellas velas de oración ante su imagen niña.

Y el mes de las flores. En casa montábamos también nuestro altarcito con flores, que eran regalos de nuestra adolescencia, sumidos en el amor al eterno femenino, a la joven madre, que sabía nuestros secretos.

Después de tantos años, hoy, en este mayo confinado en que no podemos ni ver ni oler las flores que cantan nuestro sabor a fragilidad y eternidad feliz, deposito este soneto a sus pies, con el alma siempre joven, gracias a ella:


CON FLORES A MARÍA
 
Porque estabas allí, joven y pura,
desde el altar con luz de primavera
y despertaste la piedad primera
a un niño que buscaba tu hermosura,
 
porque plantaste el verso que apresura
el imposible sueño en la frontera
de ese tu amor sin nombre que rindiera
mi ser al don total y su locura,
 
por permitir que fuera adolescente
el resto mi vida entre tus brazos;
de nuevo, con más años de camino,
 
vuelvo a llevar con gozo y a porfía
este oloroso ramo vespertino
de alegres flores para ti, María.
 
        Pedro Miguel Lamet

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