La torre de Belem, frente al monasterio de los Jerónimos en Lisboa, aparte de ser un bello canto escrito en piedra a la época de los descubrimientos, por el exótico y soñador arte manuelino, está muy relacionada con la historia de los jesuitas en Portugal. Terminada de construir en 1521, vio zarpar a Francisco de Javier a las Indias Orientales justo el día que cumplía 35 años, el 7 de abril de 1541, para convertirse en el “divino impaciente”, patrón de las Misiones. No podía imaginar el jesuita navarro que en los calabozos de aquella misma torre en 1758 fueran a ser encarcelados compañeros suyos procedentes de América por orden del ambicioso Carvalho, futuro marqués de Pombal, favorable a la esclavitud de los indios. Entre ellos el desgraciado padre Grabriel Malagrida que acabó volviéndose loco en aquellas mazmorras y ahorcado en la plaza del Rossío. Doradas piedras testigos de tan variada, contradictoria y misteriosa vida de los hombres. ¿Dónde están ahora sus sueños, sus lágrimas, su sangre?
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Sus sueños, sus lágrimas, su sangre están vivos hoy día, y triunfantes, allí estamos todos los americanos en la continua lucha por la libertad, ningún ambicioso «marqués» puede contra el anhelo de libertad del ser humano, cualquiera que atente contra la libertad del ser humano está destinado a perecer, unos más tarde otros más temprano…
Estos monumentos tan llenos de historia, no cabe duda, son uno de los mayores atractivos de Europa, todas esas piedras testigos del valor y de las miserias de la humanidad.