¡Qué seguro y orgulloso va el pequeño sobre los hombros de su padre! Ve el mundo desde arriba, con fuerza y alegría prestadas, como si no le costara ya caminar por el mundo, ni necesitara empinarse o buscar un hueco entre las piernas de las personas mayores. “Mi papá es fuerte, él me conduce hacia un buen lugar y me salvará de todos los peligros”. Por eso el niño, cuando el padre lo baja y debe caminar solo, llora. En una expresión muy popular, en el argot gaditano, se llama esta manera de ser llevado a las espaldas, ir “en borricate”. Pues bien, nosotros, aunque creamos dirigir nuestra vida y ser muy adultos y autónomos e incluso “chulitos” al volante, siempre vamos en borricate de Dios, como la oveja perdida de la parábola del Buen Pastor. ¿Por qué angustiarnos, por qué temer entonces? La vida es el arte de dejarse llevar por el Dios escondido.
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