Mañanita de domingo con olor a nuevo, en la que el pueblo parece estrenar la vida y los colores, como una camisa blanca para los días de fiesta. Hora de júbilo con legañas y sol rezagado en la ventana, donde el trasiego cotidiano se ha detenido de pronto y las calles se han sumido en un gesto de contemplación, cual si todas las cosas, desde el farol de la esquina a los árboles del parque, asistieran a misa. Y luego se fueran todos con los feligreses a comprar churros a donde la Pepa, que disfruta friéndolos y perfumando la plaza de olor a tahona e íntimo cuarto de estar. ¡Toma un cafelito, hija, para morjarlos! Churros inolvidables con café con leche, como los recuerdos de un infinito e infantil domingo.
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