La arena del desierto puede ser elocuente y llena de matices para el que sabe mirarla. Charles de Foucauld aprendió de ella el amor al silencio, que se produce sobre todo en presencia de un vacío que se percibe lleno. Descubrió, viviendo como un beduino en los perdidos tuareg, que no era necesario hablar para predicar, sino estar testimonialmente, gritar con la vida silenciosa. En el desierto no hay que cerrar los ojos para ver bien. La naturaleza los cierra por ti. Hay personas que saben crear su desierto en medio del tráfico y el ruido de la gran ciudad; saborear ese hondón de dentro y recuperar la paz desde una nada, que como decían los grandes místicos, desemboca en el todo. De pronto como por encanto aparecerán huellas, un camino no roturado en medio de la arena.
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