Dilemas fronterizos
Parece que asistimos a un renovado interés por los temas trascendentes en el cine italiano. Después de La habitación del hijo de Nani Moretti que afrontaba la tragedia de una familia ante la prematura desaparición de un joven hijo, otro film nos encara con un racimo de cuestiones éticas y fronterizas en un momento de progreso de la medicina y de creciente soledad afectiva en las grandes urbes. Se trata de El amor imperfecto, segunda obra del realizador Giovanni Davide Maderna, de veintinueve años de edad, tras su Questo e il giardino, que obtuvo el premio a la opera prima en Venecia (1999).
El film, también presentado en Venecia el año pasado, se desarrolla en tiempo actual y tiene por escenario una Génova industrializada de inquietante arquitectura. Inspirado en una noticia periodística real, cuenta la historia de una pareja compuesta por Sergio, joven de treinta años empleado en un supermercado, y Ángela, una española afincada en Italia. Ambos deciden conscientemente tener un hijo, a pesar de que, afectado de una grave encefalopatía desde del seno materno, se le diagnostica la muerte segura tras el parto. En la decisión influyen de forma determinante las creencias de Ángela, católica convencida.
Esta muchacha aragonesa, natural de Calanda, que desde niña oyó el relato del famoso milagro del cojo al que la Virgen del Pilar restituyera la pierna cortada (Los cuadros de esta sorprendente y documentada historia con fondo de los tambores de Calanda ocupan los títulos de crédito), tiene además un hermano (o amigo?) sacerdote, que viene de Aragón a bautizar en la incubadora al recién nacido.
Sergio en cambio, serio y misterioso, es agnóstico. Durante su crisis conoce una joven recién empleada con la que sale una sola noche. La historia de esta muchacha que, después de ser violada, se suicida en el Metro al día siguiente es la otra vertiente narrativa del film junto con las pesquisas de la policía que sospecha de Sergio. A todo esto y con anuencia del médico, personaje tan irreal como inconsistente, la pareja decide donar en trasplante los órganos del recién nacido. La excepcionalidad de los hechos convierte en noticia de los medios de comunicación la peripecia íntima de la pareja.
Un sin fin de temas tan actuales como universales y complejos se dan cita en esta película con preguntas sin respuesta: El dilema del aborto ante una malformación congénita sin esperanza de vida; el encarnizamiento terapéutico que supone mantener vivo en la incubadora a un ser en esas circunstancias; la licitud de hacer nacer una criatura para convertirla en un banco de órganos; el trauma de una pareja enamorada que se aferra a lo imposible. Y, como trasfondo de todo esto, las preguntas eternas sobre el sentido de la vida, el absurdo del dolor, el más allá, la existencia de Dios, la salida por el suicidio y la expectativa sobrenatural del milagro. Todo ello aderezado además con unos sueños reveladores del subconsciente de la joven madre.
Como se ve, demasiados y encumbrados temas para ser despachados en un solo film, que para colmo introduce la trama policíaca. Giovanni Davide Maderna opta por un estilo sencillo, de tempo largo, contemplativo y de cámara testimonial, a veces con planos ficticiamente alargados, con la intención de no implicarse en los hechos. Consigue que la historia atrape al espectador, gracias a cierto suspense sobre la auténtica identidad de Sergio y la extraña relación de la pareja con su incubado hijo. Pero a medida que el film avanza crecen también sus abisales agujeros de guión para terminar de forma brusca y poco convincente.
El film viene a decirnos que el amor es imperfecto porque la vida es imperfecta para todos, incluso para el policía, separado de su mujer, a quien la historia de Sergio Ángela roza de refilón y que llega a investigar el milagro de Calenda. En contra de Maderna, cuando afirma que “el guión es fruto de una elaboración muy intuitiva”, el resultado fílmico es forzado y en momentos escasamente creíble. El director ha declarado además que los personajes del médico y el policía le permiten presentar la faceta cultural y liberarse así de los componentes didácticos.
Si Ángela encarnaría la esperanza de fe y Sergio la desesperada increencia del absurdo, ambos al fin de la película serían superados por lo inesperado en el amor a esa criatura imposible.
Por el homenaje a Calanda y el interés por la dimensión espiritual del ser humano se ven claro los maestros confesados del joven director italiano: Buñuel y Bresson. Pero el film carece de la fuerza del primero y de la hondura del segundo. Aunque, gracias a la variedad de registros de los protagonistas, Enrico Lo Verso y la española Marta Belaústegui (su autodoblaje al castellano por cierto denota un penoso tonillo), la película consigue cierta densidad emotiva, pero fracasa por su ambición de pretensiones y sobre todo por la inconsistencia del guión.
En todo caso hay que animar a esta nueva promesa del cine italiano por la valentía en tratar temas que muchos realizadores rechazan por miedo a hacer cine de tesis o “mensaje” y que están en la calle. Debería, eso si, ser más modesto y, al menos, ir tratándolos de uno en uno. De algo se salva con todo el realizador en este tan deslavazado como inquietante film: de no caer en la tentación de tomar partido por otra cosa que el amor, aunque este, como todo lo finito y contingente, sea imperfecto.
Título original: L’amore imperfetto. Producción: Kubla Khan, Eyescreen, Rai Cinema, Tornasol Films (Italia, España 2001). Dirección: Giovanni Davide Maderna. Guión: Giovanni Davide Maderna. Intérpretes: Enrico Lo Verso (Sergio), Marta Belaustegui (Ángela), Federico Scribani, Francesco Carnelutti. Fotografia: Yves Cape. Montaje: Paola Freddi.Escenografia: Massimo Santomarco. Vestuario: Valentina Taviani.Música: Bernardo Bonezzi. Productores: Andrea Occhipinti, Umberto Massa. Duración: 92′
by