Háblame, Señor, con voces del verano, cuando sube la hormiga por mi brazo, y me evoca otra vez que parte soy del sueño, y la hierba o la arena me devuelven conciencia de que fui tierra algún día, o sigo siendo polvo, mas polvo enamorado de esa sed infinita que alienta a este universo.
Acúneme el sopor con brisas de la noche, -¡oh noches de verano ungidas de nostalgia!-, con silencio habitado de lejanas canciones y grillos escondidos que taladran el alma de luna y soledad.
Recuérdame otra vez, más allá de los árboles, ese mar de la infancia que me acuna en la noche con su salmo de olas: “¡Navega, sé mi azul!”
Tararea el verano una copla perdida de amor, de adolescencia, y llora en mis entrañas desde aquel tocadiscos boleros de Ravel.
Me estrena sus mañanas con perfume de sol, y acompaña mis pasos por la vera del río en volandas del aire hacia una Virgen niña que aún espera en su ermita un piropo infantil: ¡Dios te salve, María; qué llena estás de gracia!
Han pasado los años con luces, con sus sombras, y el dolor en los huesos que limita mis pasos susurra tantos nombres que son risas y lágrimas pero también presencias que tiemblan a mi lado, y jamás morirán.
Háblame de aquel niño que fui y ahora presiento más cerca, más humano, pues voy transparentando con el paso del tiempo un verano en mis venas llevado de tu mano, vacaciones eternas de alta Mar.