Barro , piedra y un humilde cordel. Es todo lo que necesita el decorador rural para alegrar la calle del pueblo. “Esparcirán sus olores / las pudibundas violetas / y habrá sobre tus macetas / las mismas humildes flores: / la misma charla de amores / que su diálogo desgrana / en la discreta ventana, / y siempre llamando a misa / el bronce, loco de risa, / de la traviesa campana”. ¿Hace falta más para evocar el regreso al lugar de la adolescencia que esta estrofa de “Viaje al terruño” de Ramón López Velarde? Olor, sonido e imagen despiertan el recuerdo dormido hasta recuperar la vivencia. Las pequeñas cosas pueden llegar a convertirse en sacramentos. Porque es cierto que todo fluye, y sin embargo también todo queda. El tiempo se para en el álbum de fotos que llevamos dentro; y eso, aunque no lo creamos, nos conecta directamente con lo indecible.
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