“No hay dos sin tres”, dice la gente, desde el sentido común. Del amor de un hombre y una mujer brota un tercer ser humano, el hijo. De la unión de dos ángulos el triángulo. Del negocio de dos emprendedores una empresa. De la relación entre el artista y la materia (palabra, color, sonido, barro o mármol) la obra de arte. La trinidad visible y cotidiana es parte de la estructura de la vida.
Pero ¿y la invisible? Hablamos del “misterio la Santísima Trinidad”. Peo ¿quién lo ha visto? ¿quién sabe en realidad cómo es Dios? Dios no cabe en nuestra cabeza, por eso decimos que es un misterio.
La Biblia, eso sí, nos habla de un Dios amor, amor personal porque te ama a ti, amor total, universal, que no excluye a nadie, amor preferencial porque se inclina al débil, amor comunitario porque en sí mismo no está solo, sino que es comunidad, comunicación. El Éxodo lo presenta en la primera lectura como un Dios “compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en clemencia y lealtad” (34,6), precisamente en un momento de infidelidad después del episodio de la adoración al becerro de oro.
Este Dios acompaña al pueblo en su éxodo hacia la libertad. Luego en Israel se presentará no como en las primitivas religiones (asociado a los fenómenos naturales), ni por la filosofía, encarcelado en la razón humana, por la búsqueda del “primer motor” o la “causa primera”, sino por la Historia. Así aparece en el pensamiento judeo-cristiano, como acontecimiento, hecho salvífico.
¿Cuándo aparece en la Iglesia el concepto de Trinidad? Bastante tarde, en el siglo IV, durante el tercer concilio, el de Calcedonia, celebrado en Constantinopla. Se trataba de cuajar teológicamente conceptos que estaban en el texto bíblico. Mientras en el concilio de Nicea se habló de una sola sustancia (hipóstasis), en el de Calcedonia (Constantinopla) se parte de tres “hipóstasis”. Se trataba de defender que nuestra religión no es politeísta, intentado aclarar que Dios es uno solo con tres personas distintas. En realidad, era una forma de meter el misterio de Dios, lo divino, lo trascendente, en moldes y conceptos humanos de “sustancia” y “persona”. De aquí las discusiones bastante absurdas que han complicado la vida a los teólogos durante los siglos. Pasa el tiempo, pasan los moldes culturales, cambia el lenguaje y muchas palabras pierden su significado.
¿Qué dice el Evangelio de la Trinidad? Pues muy sencillo, que el Padre amó tanto el mundo que le envió a su Hijo para que, a través del amor, por el envío del Espíritu, nosotros alcanzáramos la vida en plenitud, que consiste en querernos, y así cambiarnos primero a nosotros mismos y a los demás, y de esta manera al mundo. Pablo lo concreta en lo que hoy es el saludo al principio de la celebración de toda Eucaristía: «la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre, y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con vosotros» (2Cor 13,13)
¿Por qué nos complicamos la vida con la Trinidad? Primero, porque queremos una foto de carnet de Dios, el completamente Otro, y eso no es posible, porque da la casualidad de que Dios es transcendente e insondable, por definición no cabe en nuestros conceptos y palabras humanas. Segundo, porque confundimos el núcleo de la revelación con nuestros conceptos culturales de cada época. Tercero, porque solo la mística es capaz de barruntar, intuir el misterio de Dios.
Una de las imágenes que más me ayudan es la visión que tuvo San Ignacio de Loyola que era muy devoto de la Trinidad. La vio como tres teclas de un piano. Tres teclas distintas, que pulsadas a la vez, producen un solo acorde.
Ese sonido es el que nos interesa para vivir: el amor. Si Dios es Dios, tiene que tenerlo todo, también la dimensión comunitaria. Cuando somos solidarios, cuando queremos de verdad, aparece Dios.
Y Juan de la Cruz, una fuente con tres caños: “La corriente que de estas dos procede, / sé que ninguna de ellas le precede / aunque es de noche. / Bien sé que tres en sola una agua viva / residen, una de otra se deriva, aunque es de noche.”
Aunque es de noche y Dios nos supera, algo de su infinitud pude gustarse desde el silencio.
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