Cada día encuentro a más gente angustiada. Me dicen que viven agobiados, deprimidos por las noticias, la crisis, el mundo que vivimos. Y, si son creyentes, los escándalos de la Iglesia les quitan la fe. Quizás porque los medios airean solo lo negativo. Para mí es un problema de enfoque. Vivimos en la cáscara de todo, desde el yo-idea, el pensamiento. Hay que buscar un camino directo al corazón.
Hace muchos años visitaba en compañía de un amigo un templo budista-zen en la sagrada ciudad de Nara (Japón). El pequeño jardín japonés, perfecto y recortado, brillaba desde la ventana a la altura de nuestros ojos mientras tomábamos una taza de té. Parecía un cuadro recién colgado ante nuestra mirada sorprendida.
El monje, de cráneo pelado y mirada penetrante, que se llamaba Nishizawa, se dirigió de pronto a mí en japonés. Mi acompañante, el profesor de la Universidad Sophia, Juan Masiá, me tradujo sus palabras, que nunca olvidaré: “Hazte plenamente el que ya eres”, me dijo.
Hoy cada uno de nosotros casi hablamos como los personajes de las series televisivas o programas de éxito, vestimos lo que nos dicta la publicidad y hemos cambiado nuestro “ser” por un “poseer”, que acaba por transformarnos en vulgares polichinelas de la sociedad de consumo. Estamos dormidos.
Solo unos pocos se libran de esta vorágine y se asoman al balcón de la vida con el suficiente distanciamiento para volver a ser ellos mismos. Entre estos, siempre estuvo el poeta, que es capaz de escuchar el latido secreto de la vida. ¿Pero qué ha sido hoy de los poetas? ¿Quiénes los leen? Además, no siempre la vida del poeta responde al resplandor de su inspiración. La verdad que el arte desvela es considerada inútil, además por el hombre pragmático actual.
Algo parecido han buscado los filósofos y los psicólogos cuando nos invitan al autoconocimiento para liberarnos de nuestros complejos conscientes o inconscientes. Lamentablemente, muchos se quedan en el proceso de darle más vuelta al coco.
También el monje, el místico o el creyente auténtico supieron a veces despertar y mirar de otra manera el misterio del tiempo. Pero ¿la religión no nos ha introducido con frecuencia, por mala interpretación, en una máquina de dogmas y normas morales que, al darnos a veces dictado el camino, nos impide llegar a ser nosotros mismos?
Otros solo despiertan después de alguna catástrofe, una enfermedad, un disgusto, una guerra. Es lamentable que no hayamos aprendido o no nos hayan ayudado a asomarnos por nosotros mismos a los paisajes liberadores del ser. El famoso “Conócete a ti mismo” que estaba en el pórtico de Delfos nos pide algo más que darle vueltas a la cabeza: atravesar el ego aparente, el “personaje” que creemos ser y conectar con el yo interior que vibra con la verdad que somos. Eso requiere un paso fundamental, el silencio.
Por eso, en medio de tanto ruido, es necesario conectar con el interior, detenerse, sentarse, cerrar los ojos, respirar, sentir la vibración que se despliega en el interior de nuestro cuerpo, vivir el ahora. Si hacemos silencio emergerá un conocimiento distinto, un yo sin palabras, más yo que yo mismo; sin angustia por el pasado ni miedo al futuro, porque vivir en el “ahora” nos abre a un “yo soy” liberador y profundo. Entonces descubrimos que «estamos bien hechos».
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