El secreto de la paz interior está en situarse en el centro del Ser. Las personas tenemos capas, como una serie de cáscaras igual que una cebolla. Y nuestro problema principal radica en que confundimos la vida verdadera con estos epifenómenos o aspectos circunstanciales. Por ejemplo nos identificamos con una faceta externa de nuestro quehacer o papel en el mundo.
Para un político puede ser su rol, su imagen externa de gestor famoso, sus éxitos, las veces que sale en la tele, la posibilidad de ser elegido, el prestigio que tiene en su partido.
Pero no hace falta ser un personaje “importante”. A veces es la belleza física, el éxito en la seducción, el papel de padre en la familia, la capacidad de ganar dinero, el que te conozcan por tu profesión y en tu entorno. Otros se identifican con la negatividad de una culpa, un rencor de infancia, una obra literaria, un miedo no superado.
Cree angustia, aparente alegría o placer instantáneo, no somos nada de eso. Pera estar bien necesitamos emprender un viaje hacia un país que parece desconocido, pero que no requiere andar kilométros ni buscar fuera. Está en el fondo de nosotros mismos. No es el subconsciente, que nos gasta malas pasadas con frecuencia, porque es como un sótano lleno de recuerdos no asimilados, telarañas, pequeños monstruos que somos incapaces de vencer. No es tampoco la conciencia moral, la que nos alaba o reprocha por lo que pensamos que está bien o mal.
Está más hondo. Podemos llamarlo el Centro. Es el corazón de la cebolla. ¿Cómo se llega a él? Unos piensan que se consigue cumpliendo unas normas, emanadas de una religión o un código ético. Pero las normas pueden hacer daño mas que bien. He conocido muchos hombres y mujeres que son como estacas frías e insensibles. Muy cumplidores y muy poco humanos, a veces histéricos del cumplimiento. Se centran en su ascesis vacía y son como muertos vivientes.
El camino hacia el Centro puede emprenderse por la meditación no reflexiva sino contemplativa, que camina hacia ese yo misterioso que, libre de hojarasca, es nuestro yo verdadero. No una meditación lograda a base de puños, sino de conexión con una verdad interior más allá del pensamiento.
Otra manera de encontrarse con el Centro es mirar el mirar. Más allá de la apariencia late el corazón infinito de la realidad. Una zona donde tu ser vibra con el Ser. Puedes llamarle Dios. Pero lo de menos es el nombre. La luz está ahí. Si conectas un instante, despiertas. Puede apagarse la vivencia. No importa. Permanece atento. Quédate en esa sensación de Ser.
Hoy muchos hombres y mujeres intuyen con facilidad, sin tener que hacer grandes esfuerzos o practicar muchos métodos, que existe el centro. Lo ven en personas por las que la energía fluye. Se perciben cauces. Se notan conducidos. Cuando el yo pequeño desparece y ese yo conectado actúa, todo es diferente. ¿Que te distraes de nuevo? ¿Que te quedas en las cáscaras otra vez? No importa. Cierra y abre los ojos, mira sin mirar, seguirás viajando hacia el Centro.
Estoy convencido de que el hombre actual está consiguiendo una forma de mística cotidiana y que, casi sin darse cuenta, está más capacitado para esta experiencia liberadora, que le salva del miedo a la muerte y de la pérdida continua de saberse desgarrado por la fugacidad del tiempo.
Así lo expresa San Juan de la Cruz:
¡Oh llama de amor viva que tiernamente hieres de mi alma en el más profundo centro! Pues ya no eres esquiva acaba ya si quieres, ¡rompe la tela de este dulce encuentroby