Contra la teoría de que la Tierra era el centro del Universo, Copérnico descubrió que los planetas giran en torno al sol. Es lo que se ha llamado la “revolución copernicana”. Esta tesis tiene una aplicación a la psicología. En un mundo como el nuestro donde el hedonismo, el consumo, el imperio de los medios de comunicación y las redes sociales se imponen sobre cualquier otro valor, el ser humano vive centrado de tal manera en su propia imagen que corre el riesgo de malograrse como persona.
Mi casa, mi coche, mi trabajo, mi vestido, hasta el colegio y la carrera de mis hijos se han convertido en adornos de mi propio yo hasta sustituirlo, en verme “guapo/a” ante la sociedad que me rodea. Este narcisismo patológico es fomentado por la televisión, la publicidad y las redes sociales. No soy lo que soy, sino lo que aparento. El culto al cuerpo, la fotogenia, la selphimanía, la cirugía estética, la proliferación de los realItys, son algunos síntomas de este narcisismo patológico. Cualquier ama de casa convencional –“maruja” para entendernos, y sin ánimo de ofender- está dispuesta a airear sus vergonzosas intimidades con tal de salir en uno de esos programas centrados en morbosos escándalos. ¿Y qué decir de las quinceañeras, para las que el mayor regalo en Iberoamérica es una cirugía para aumentarse los pechos en una edad en la que ni siquiera han alcanzado su pleno desarrollo físico?
Recuerdo uno de esos cuentecillos reveladores de Anthony de Mello:
-¿Qué es lo que le gusta a tu no novia de ti? –le pregunta la madre al hijo.—-Piensa que soy guapo, inteligente y simpático y que bailo muy bien. -¿Y que es lo que te gusta a ti de ella? –Que piensa que soy guapo, inteligente y simpático y que bailo muy bien.
Todo un ejemplar del tipo de persona que emerge de nuestra sociedad narcisista. Si Erich Fromm denunciaba el cambio de paradigma del “ser” por el “tener” al que conduce el consumismo, ahora deberíamos poner de manifiesto que el hombre prefiere “aparecer” a “ser” él mismo. Podríamos denominarla la herejía del “hombre espectáculo”. Si el egoísmo y la egolatría son perversos para el desarrollo de la persona. ¿qué decir cuando la desviación no es ya poner mi ego en el centro del Universo, sino aún menos que eso, la cáscara de mi yo, lo que represento más que lo soy o puedo llegar a ser?
Se trata de un nuevo emergente reinado de la superficialidad. No importa mi esencia real, sino la foto que saco en Facebook o las veces que los internautas visualizan mi yuotube. El colmo de esta manía es morir despeñado por un selphie o en un quirófano durante una liposucción.
Urge hacer en este campo una revolución copernicana. Los clásicos de la espiritualidad lo llamaban “morir al propio yo”. Pero no hace falta ni siquiera una ascesis o afiliarse a creencias religiosas para alcanzar ese despertar que nos resitúe en la vida y en relación con nuestros semejantes. Es un proceso de obvio sentido común. Consiste simplemente en abandonar la estupidez de creerme el ombligo del mundo –algo que desde luego no soy-, y recuperar mi verdadero sitio en él. Se trata de una saludable cura de objetividad. No estoy solo, vivo entre cientos de miles, millones de personas, y en interdependencia con ellas, tanto en dimensiones geográficas, y ecológicas, como económicas, políticas y sociales.
Solo cuando salgo de mi empiezo a ser yo, y con ello mucho más feliz, ya que si el demasiado desear nos hace infelices por la frustración que conlleva, qué decir cuando el deseo se centra de forma preponderante en la imagen de mí. Sobre todo si el yo aparencial que me venden me destruye, porque es una gran mentira sobre mí mismo. Como decía nuestro inmortal Séneca: “Importa mucho más lo que tú piensas de ti mismo que lo que los otros opinen de ti”.
by