Siempre hace buen tiempo

Category Archives: Fotos con Alma

A una rosa

Mi rosa, ©PMLamet

Florece el  mundo con la primavera. Pero ¿cuánto dura su belleza? He aquí una pequeña meditación en forma de soneto  sobre la fugacidad y a la vez la presencia eterna en el misterio de una rosa. 

 

     A UNA ROSA

Tan perfecta y fugaz y tan liviana,

como un soplo me hiere tu hermosura

al pasar brevemente esa figura

que a este mundo seduce y engalana.

 

¿De qué presumes celosa y tan ufana

en mi jardín, si pasas con presura

como una nota en una partitura,

como cruza una nube en mi ventana?

 

Dime, oh rosa, ¿qué quieres enseñarme?

¿qué secreto me guarda tu perfume

para morirse al par que me enamora?

 

¿No será que no puedes abrazarme

si no renuncio a lo que se consume

y  amo la eternidad desde tu ahora?

 

Pedro Miguel Lamet

 

 

 

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La oración de la nieve

La naturaleza habla también en el invierno a través de la hermana nieve. Nos recuerda la capacidad de transfigurar el tronco, la piedra, el jardín, la casa, nuestra vida. Es como si se revistiera del alba para oficiar la liturgia que reviste de pureza original a la creación, la blancura perdida. Como si nos recordara que el mundo lleva dentro la posibilidad del cambio, de retornar a la alegría, la plenitud, la luz de donde venimos y hacia donde vamos.

Mejor lo dice el poeta. Revuelvo en mis viejos libros y encuentro un poema de Amado Nervo dedicado a la nieve. Copio unas estrofas. Él dice mejor  cómo la nieve ora y nos enseña a orar:

 

La blancura es el himno más hermoso y más santo;

ser blanca es orar; siendo yo, pues, blanca, oro y canto.

Ser luminosa es otro de los cantos mejores:

¿No ves que las estrellas salmodian con fulgores?

Por eso el rey poeta dijo en himno de amor:

“El firmamento narra la gloria del Señor”.

 

Se tú como la Nieve que inmaculada llueve

 

Y yo clamé: —¡Alabemos a Dios, hermana Nieve!

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Un beso fugaz de Dios

Músico callejero. Rastro de Madrid. © PMLamet

¡Qué milagro cotidiano! De pronto en una calle cualquiera alguien cierra los ojos y se pierde, se sumerge, se sale del tiempo gracias a la música. Y el viandante atareado se detiene y por un instante  olvida  sus preocupaciones y asciende con él a la nube del artista por la escalera del pentagrama a un lugar extático, a un mar de notas que le embriagan.

Porque, como canta fray Luis en su Oda a Francisco Salinas, “el aire se serena y viste de hermosura y luz no usada”. Desde el embrujo de la música  el que la escucha se hace tan niño que reconoce su origen: “A cuyo son divino / el alma, que en olvido está sumida, / torna a cobrar el tino / y memoria perdida / de su origen primero esclarecida”.

Pierde por un instante el interés por lo material: “Y como se conoce, / en suerte y pensamientos se mejora; / el oro desconoce, / que el vulgo vil adora, / la belleza caduca, engañadora”.

Y da así el gran salto a lo trascendente: “Traspasa el aire todo / hasta llegar a la más alta esfera, / y oye allí otro modo / de no perecedera / música, que es la fuente y la primera”.

De esta manera en cualquier calle y en cualquier momento, gracias a la música, si cierras los ojos, puedes llegar a sentir el beso fugaz de Dios.

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Meditación del Doncel

 

Estatua yacente del Doncel Martín Vázquez de Arce, Catedral de Sigüenza. (© P.M. Lamet)

¡Qué dulce dejadez, qué tranquila armonía, qué manera relajada de ir pasando la eternidad! El Doncel de Sigüenza parece imperturbable con su libro entre las manos desde el siglo XV, cuando apenas acababa de inventarse la imprenta. Se diría que hace un instante se ha bajado del caballo en la Acequia Gorda de la Vega de Granada, donde ha estado batallando, para descansar para siemprecon su verdadera afición: leer, una forma de volar y alimentar el espíritu.

Su padre, secretario de los Duques del Infantado, que junto a su madre, descansa también en la misma capilla, mandó construir esta estatua yacente en alabastro que rompe con todos los tópicos de la rigidez de la muerte. Martín Vázquez de Arce cierra los ojos, pues ya ve desde el ahora definitivo y esboza una fina sonrisa de paz, enfundado aún en sus ropas de batalla y caballero de Santiago. Es la meditación de “nuestra vida son los ríos que van a dar a la mar” de Jorge Manrique, pero con un matiz gozoso sobre la muerte: tras ella hay paz, belleza, juventud, alegría, vida.

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Entrañables viejas imágenes

Hace muchos años que cultivo el género periodístico llamado «pie de foto», con una peculiaridad: más que con comentarios informativos he intentado siempre leer las imágenes en cuanto hablan con su sugerencia al hombre interior. Comencé hacerlo en los años ochenta en  el  semanario Vida Nueva, del que fui redactor, redactor-jefe y director en una etapa importante de mi vida y he continuado después en otros medios con mis propias fotografías.

Un amigo lector de entonces, Jesús María Quintero Gómez tuvo la paciencia de recopilarlas y escanearlas una por una y publicarlas luego  en su web, donde siguen al alcance de todos. Otras personas recortaban entonces aquellos recuadros para releerlos, pues los consideraban sorbos de agua fresca que les ayudaban a vivir. No sé si habrán perdido su vigencia, aunque intentaban tocar temas perdurables.

Ahora con nostalgia reproduciré de vez en cuando alguna de ellas por si a alguno sirve. Comienzo por las más antiguas.

 

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Cómo espera la gaviota

Gaviota (Alvor, Portugal, 2015)

“No es verdad que tú hayas sufrido, / son cuentos tristes que te cuentan. / Tú eres un niño que está triste, / eres un niño que no sueña. / Y la gaviota está esperando / para venir cuando te duermas”. Siempre recuerdo estos versos de José Hierro en su “Canción de cuna para dormir un preso”, cuando descubro junto al mar alguna gaviota. Símbolo de libertad y superación, de volar alto y romper las ataduras que nos encadenan a la tierra, todo los que nos impide liberarnos de nuestros apegos.
Esta gaviota que capturé con mi cámara tiene además una especial sugerencia. Es curioso que siendo un ave que domina el cielo con sus ambiciosos y potentes giros transmita esta quietud profunda cuando reposa, como de sentirse bien en su ser, en armonía con el mar, la costa, el pequeño puerto. Quizá porque no le torturan los pensamientos como a los humanos, porque se acepta plenamente en su “ser gaviota”, porque cumple su papel de pincelada en el cuadro del paisaje, sin otro cometido que dejarse ser, estar en su sitio en el universo.
“No es verdad que te pese el alma. / El alma es aire y humo y seda. / La noche es vasta. Tiene espacios /para volar por donde quieras, / para llegar al alba y ver /las aguas frías que despiertan…/ Duerme, ya tienes en tus manos / el azul de la noche inmensa.”

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El mar es tu espejo

 Pescador

            ”“La mer est ton miroir” decía Baudelaire. “Hombre libre, querrás al mar. El mar es tu espejo; en la sucesión infinita de las ondas tu alma se refleja, y tu espíritu no es un abismo menos amargo”. En ese espejo en ese horizonte inalcanzable el hombre recobra su identidad.

¿Quién  no ha soñado con  galeones, veleros, viejos marinos, islas desiertas, puertos exóticos y mundos inexplorados? Todos llevamos  dentro un Robinson Crusoe, un Ulises  un Capitán Nemo y  un Simbad el marino. Como al mirar al fuego, y a los niños jugar, el mar nunca cansa a nuestros cansados ojos.

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La música callada, la soledad sonora

Soledad sonoraDesde este paisaje de Úbeda donde el santo poeta murió puede escucharse mejor la música callada San Juan de la Cruz. En medio la naturaleza, las cosas empiezan a hablar de otra manera, con diferente voz “en que cada una en su manera dé su voz de lo que en ella es Dios; de suerte que le parece una armonía de música subidísima, que sobrepuja todas las fiestas y melodías del mundo. Y llama a esta música callada, porque es inteligencia sosegada y quieta, sin ruido de voces y así se goza en ella la suavidad de la música y la quietud del silencio”.

 Dios es además la soledad sonora: El vacío, la nada, ha ido preparando al alma para otro sonido, pues cada criatura tiene una voz en este himno de amor, “y así  todas estas voces hacen una voz de música de grandeza de Dios y sabiduría y ciencia admirable… y este mundo que contiene todas las cosas tiene ciencia de voz, que es la soledad sonora, que es el testimonio que de Dios todas ellas dan en sí”.

(Foto tomada en el huerto del convento de San Juan de la Curz. Ubeda)

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Vocación de mar

AMarnda el cuerpo por la tierra,  pasean nuestros pies por la arena, pero nuestra alma tiene vocación de mar. Desde que despertamos a la vida vamos en busca del infinito. Buceamos en una mirada, en un poema, en una canción.  Caminamos por el tiempo, la historia, los éxitos y fracasos como queriendo atrapar la ola, pero lo nuestro, lo que permanece es el infinito  eterno de un mar que nos llama. Como escribía Alfonsina Storni:

Mar, yo soñaba ser como tú eres,

Allá en las tardes que la vida mía

Bajo las horas cálidas se abría…

Ah, yo soñaba ser como tú eres.

Alfonsina, angustiada por el dolor de la vida, acabó sumergiéndose, suicidándose en el mar.

Olvidó que el mar no está fuera, que puede ser alcanzado cerrando los ojos, que nada ni nadie, si tú quieres, puede arrebatártelo. Ignoraba que lo llevaba dentro.

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