Siempre hace buen tiempo

Daily Archives: 23 febrero, 2004

Retrato de Cristo

Tras prolijas investigaciones, la BBC ha conseguido poner a Cristo un rostro de auténtico gilipollas. No es otra la conclusión a la que se llega después de contemplar el resultado que la ciencia forense y la reconstrucción digital más avanzada acaban de lograr para la serie «El hijo de Dios» de la prestigiosa cadena británica.

Hemos llegado en pocos años, gracias a una amalgama de progresos informáticos y científicos, a alcanzar el papanatismo y la estupidez. El forense Richard Neave ha partido para su hallazgo de rellenar con barro la calavera de una persona encontrada por casualidad en un cementerio judío de Jerusalén. Inconmensurable. Es como si para reconstruir, por ejemplo la faz de Juan Ramón Jiménez, nos sirviéramos de un cráneo de un hombre cualquiera hallado en Moguer.

Segundo: la informática y sus seres virtuales son lo menos parecido a la vida real. Compárense, por ejemplo, las reconstrucciones mastodónticas de «Gladiator» y el Foro o el Coliseo, tal como se conservan hoy en Roma. Aun suponiendo que esas fueran las características étnicas generales de un judío de la época, el Jesús histórico, sin presuponer su divinidad, tuvo que ser un rabino con aura, un líder espiritual, un ser superior y no un tipo con aires de carretero como el de la BBC.

Y tercero, el arte y la poesía, como diría Heidegger, siempre develan la verdad mejor que la historia. Igual que los evangelios no son relatos estrictamente históricos, sino que recogen la vivencia de la comunidad, el rostro de el Cristo es ya una inspiración universal que los pintores románicos, el Greco o Velazquez evocan mejor que la polémica Sábana de Turín o cualquier retrato robot de Jesús. Sobre todo este de la BBC, que parece un villano de videojuego.

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País de viejos

Asegura la ONU que para el 2050 España será un país de viejos. En cincuenta años, dado nuestro bajo índice de procreación -1,13 por mujer- la población española bajará de 40 a 31 millones. Es decir, que si hacemos caso a estos datos, vamos camino de convertirnos en un «estado-asilo del bienestar».

Aunque en mi opinión las estadísticas suelen equivocarse bastante, porque no suelen tener en cuenta los saltos cualitativos, creo que estas cifras deberían hacernos reflexionar. Primero, para propiciar políticas que fomenten la procreación y el amor a los niños. Llevamos décadas en que lo único que se fomenta aquí es el neoliberalismo económico, que parece sólo interesado en el disfrute instantáneo material y que no le importa el futuro ni otras dimensiones afectivas, espirituales o familiares. Y segundo, cambiar por completo las políticas migratorias. Si España se abriera más a los miles de jóvenes extranjeros que llaman a nuestras puertas con el único fin de encontrar un puesto de trabajo, se procree o no, este país no llegaría a ser nunca un país de viejos.

Con el fenómenos de la globalización, por otra parte, resulta absurdo hablar de nacionalidades como compartimentos estancos. Los mercados laborales y los intercambios culturales no podrán limitarse a la circulación de ideas o de la producción. La «aldea global» va a exigir también que la juventud se mueva a donde hacen falta. ¿Y quién dice que esa sangre nueva del Tercer Mundo no pueda llegar a cambiar también muchos de nuestros hábitos anquilosados? Junto a estos factores hay otro decisivo: Está cambiando el propio concepto de viejo. No sólo se esta prolongando la edad. Conozco hombres entre setenta y ochenta años que rinden brillantemente para la sociedad. Habría que releer a Cicerón y su «De Senectute» para revalorizar la sabiduría de la edad. Por todo eso y por el factor sorpresa, nunca creí en la tiranía de cifras.

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