
Cierto predicador gozaba de unánime reconocimiento por su elocuencia, pero en la intimidad confesaba a sus amigos que sus brillantes discursos no producían ni de lejos el efecto que lograba un Maestro espiritual con sus sencillas sentencias.
Asi que se fue a convivir algunas semanas con aquel Maestro.
-¿Has logrado conocer la razón de su eficacia? -le preguntaron sus amigos.
-Si, cuando él habla -respondió el predicador- sus palabras expresan el silencio. Las mías, en cambio, sólo expresan el pensamiento.






