Dos maneras hay de mirar: la del que captura cuanto ve, convencido de que está viendo la realidad misma, y la del que contempla el mundo como una imagen, una película, algo que pasa y no tiene consistencia. Este espejo retrovisor de pueblo, fotografiado en el momento exacto en que transcurre ante él una procesión de la Virgen, ayuda a mirar el mundo desde fuera. Vemos, dice San Pablo, “como en un espejo”. Eso quiere decir que no estamos viendo sino un reflejo de la verdad, como Platón ya intuía en su mito de la caverna, el “maya” o apariencia de los orientales. ¿Por qué apegarnos pues a este fluir de este mundo? El paso de la procesión es sólo un instante en nuestra retina, como en el espejo. Nos queda la emoción de haber visto pasar a la Virgen por las calles del pueblo entre flores y devoción de la gente sencilla. Todo pasa. Nos queda el mirar, esa luz interior que no se lleva el tiempo.
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