Siempre hace buen tiempo

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El Ateneo concede su Drago de Oro a Pedro Miguel Lamet

El Ateneo concede su Drago de Oro a Pedro Miguel Lamet.

Mi agradecimientos más sincero al Ateneo de mi patria chica por este galardón, simbolizado en un drago, rara y vetusta especie arbórea canaria y del norte de Áfruca del que se conservan en Cádiz varios ejemplares centenarios.

Una precisión al  querido Diario de Cádiz: Mi segundo apellido es Moreno, no Dornaleteche que es el segundo de mis queridos primos gaditanos. Ningún honor para mí mayor que un premio de la Tacita de Plata.

Drago de Oro
Drago de Oro

Web del Ateneo de Cádiz

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Cuatro libros sobre Jesús de Nazaret

Jesus de Nazaret

Cuatro libros sobre jesus de nazaret.

Agradezco a Juan Antonio Monroy la reseña sobre mi libro El retrato, publicada en el «Magacín»,  Suplemento Dominical de Protestante Digital ( 7 de julio de 20113) . Sólo una puntualización: Nunca he dejado de ser jesuita, como señala en su recensión ni estoy apartado de la Compañía. A Dios gracias sigo perteneciendo a la Compañía de Jesús y viviendo en sus casas donde ejerzo mi trabajo de escritor.  Gracias por el respeto y aprecio con que el autor comenta mi obra. Le agradezco también que me haya rejuvenecido. No tengo 63, sino 72 años, aunque gracias a la fe me siento como si acabara de nacer…

 

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El hombre que huía del mar (cuento)

Nadie conseguía que sus ojos miraran al mar. Tendría unos cuarenta y ocho años cuando los vecinos de Pirgos lo llevaron a la fuerza al acantilado para que contemplara al menos una vez el azul impecable del Egeo, mientra el viento impetuoso que allí soplaba azotaba sus negras guedejas y barbas. Pero Nikólaos tampoco abrió los ojos en aquella ocasión. «No me obliguéis a mirar al mar», gritaba, «¿Acaso obligaríais a un hombre a suicidarse? Pues eso sería para mí mirar al mar».

La blanca Pirgos, que domina el recoleto puerto de Pánormos, al noroeste de la isla de Tinos, la isla sagrada de las Cicladas, le vio nacer.

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De tú a tú con el marqués

 

Al señor marqués le han puesto una estatua en el pueblo, sentado en un banco de la plaza, como si tal cosa. ¿Imaginan la expectación que hubiera originado si el marqués se hubiera dignado a sentarse ahí un día en carne y hueso? Todo habrían sido reverencias y “señor marqués por aquí, señor marqués por allá”. A la Pascasia, desde luego, no se le habría ni pasado por la imaginación aposentarse enfrascada en sus pensamientos sin hacer maldito caso a su excelencia. Lo mismo digamos del Eufrasio y el Nicanor, que están de cháchara sin importarle un pito codearse con el aristócrata. ¿Será que la muerte iguala a todos y ahora el prócer, pese a los honores en bronce del Ayuntamiento, no es sino uno más del pueblo? ¿Recordarán los jóvenes de ahora quién fue aquel adinerado marqués? ¡Oh muertos, a quienes este todos los noviembres hace iguales el eterno corazón de Dios!

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