Marinero varado
Los españoles, que seguimos día a día la peripecia humana de Ramón Sampedro, el tetrapléjico gallego que decidió quitarse la vida, asistimos de algún modo a la muerte en directo. Una muerte que no era ficción, por mucho que se nos hurtara en la tv sus últimos estertores, sino una muerte real. El cine a través de su historia nos ha obsequiado con millares de muertes, convertidas en espectáculo más o menos creíble, dramático, estético o denigrante. Pero pocas veces, cuando el film se hace crónica, la hemos vivido tan cerca como la de Sampedro.
Convertido en bandera moral, ideológica y hasta política, Sampedro, un cerebro lúcido incrustado en un cuerpo inerte, estuvo en el centro del debate de la eutanasia activa y en las reivindicaciones de las asociaciones “para morir dignamente”.
Llevar esta tragedia personal al cine era un enorme desafío y más aún llegar a convertirla en una película con éxito comercial. Alejandro Amenábar, que no puede negar un cierto discipulado de la fascinación de Hitchcock y de los recursos de Spielberg, ha respondido a este reto con una obra honesta, de gran calidad fílmica y estremecedora vibración humana. La más viva y cercana al espectador de toda su filmografía compuesta hasta ahora de cuatro películas.
Inmerso en el misterioso paisaje gallego, de belleza triste como la muerte, e identificado por simpatía –en la acepción más etimológica del término de sentir-con- con su protagonista-, el joven realizador ha optado, entre las diversas opciones que tenía, por la crónica amable y poética. Podría haberse limitado al reportaje duro, a la denuncia seca a lo Truman Capote o la tragedia existencialista y documental. Pero para eso Amenábar tendría que sentirse más cercano del cine francés o italiano que del estadounidense.
El film se desarrolla en dos ambientes, que básicamente podrían simbolizar la realidad y el sueño, la muerte y la vida. El primero es la casa donde vive Ramón, la vivienda de un campesino en la Galicia profunda. Esta recreación es lo mejor de la película. Nos sumerge en la cotidianidad de la familia, que ha aceptado plenamente convivir con el enfermo, pero que tienen sus dispares modos de enfocar los deseos de suicidio de Ramón: El viejo padre, Joaquín (Joan Dalmau), que asiste como estatua viviente al drama; su hermano, tosco marinero convertido en campesino que no entiende a Ramón; el sobrino Javi (Tamar Novas), adolescente limpio y desconcertado, y sobre todo la cuñada Manuela (Mabel Ribera) una magnífica encarnación de la mujer del pueblo, sacrificada y silenciosa. La casa es el trasunto de la inmovilidad de Ramón y al mismo tiempo su falta de intimidad, su dependencia absoluta, a pesar de que ha conseguido escribir cartas y poemas y responder al teléfono con la boca. Son los demás los que entran, salen, recorren los pasillos, viven. Ramón sobrevive con su cerebro, su humor y sus ganas de morir.
El otro mundo, prohibido para Ramón, es el de fuera. Amenábar libera a su protagonista y al espectador a través de las escapadas de la mente, una suerte de viajes astrales al campo y al mar, vuelos rasantes al paisaje de la vida. Esta técnica, que podría haber rayado en recurso cursi y meloso en manos de un inexperto director, se integra bien como contrapunto poético a la tragedia y a la claustrofobia. Es el mundo de los que viven la vida, evocado también en los sugerentes planos del viaje real al juzgado de La Coruña.
Entre ambos mundos se mueven los personajes femeninos, que son los que de alguna manera reportan vida al “muerto” Ramón. Ya hemos mencionado a Manuela, el cariño silencioso y abnegado, un personaje arrancado de la vida y que se mueve en el ámbito del hogar, del servicio y del dolor. Luego está Julia (Belén Rueda), la hermosa, rubia y esbelta abogada, que representa el afuera, la utopía, personaje de ficción que intenta hacer comerciable el film, auque la actriz responde con eficacia y sensibilidad a la expectativas. Y, por último, como entre los dos mundos, la realidad y el sueño, Rosa (Lola Dueñas), una galleguiña de Boiro, madre dos hijos, frustrada en el amor, que también se enamora de Ramón y que acabará por estarle más cerca que ninguna.
Pero sobre todo está el propio Ramón, interpretado por Javier Bardem, en una creación en la que el actor se supera a sí mismo, hasta llegar a parecerse al personaje histórico, en sus tics, sus sonrisas, sus escasos movimientos, su habla gallega. Se puede decir que esta película es la historia de un rostro, el de Sampedro, y por tanto en un elevado tanto por ciento el logro de un extraordinario actor.
No obstante el drama de Ramón Sampedro está en cierta manera edulcorado de su terrible realismo gracias, como he dicho a la poesía, el humor –presente en todo el film- y sobre todo el amor y la ternura. Roza el borde del ternurismo, contrabalanceado por el humor y los elementos de la vida cotidiana. Ello hace de Mar adentro un melodrama de factura internacional. Todos los personajes son fílmicamente creíbles, aunque el de Belén Rueda es un tributo, como he dicho, a la viabilidad taquillera del la obra. La música, compuesta por el propio Amenábar, con ayuda de músicos gallegos y la fotografía, empastada en una luz también muy gallega y abierta a su bronco mar, coadyuvan a una cámara que ama a sus personajes con leves y acariciadores movimientos.
Desde el punto de vista ético, sociológico y político, ¿toma partido? Amenábar ha dicho que no está ni a favor ni en contra de la eutanasia, sino que pretende relatar un hecho humano. En cierta medida es así, porque al final de cuentas se trata de una película sobre la vida, un canto a la libertad y al amor, por encima de todo. No obstante hay evidentes y explícitos juicios críticos a la postura de la sociedad, los jueces y la Iglesia católica. Esta última aparece ridiculizada con la intervención de un sacerdote tetrapléjico que va a visitar a Ramón y no puede ser subido por las escaleras, teniendo que comunicarse a través de sus ayudantes. La ridiculización de este cura – en la vida real miembro del Opus Dei y en la película, no se sabe por qué (quizás por miedo al poder de la Obra), jesuita- es tan sarcástica que se despega como un postizo. Más allá de este nervioso brote anticlerical, donde casi siempre se desmadra el cine español, se echa de menos que alguien explique en el film la postura contraria desde el respeto y la sensibilidad que domina en el resto de la película.
Pero a la pregunta sobre si el film está o no favor de la eutanasia, hay que responder que Amenábar está a favor de la decisión personal e intransferible de un ser humano, Sampedro, como el mismo Ramón dice en el film, revelando contradicciones de posturas contrarias como la pena de muerte o la defensa de la propiedad privada. En otra escena, cuando Rosa le interroga sobre la otra vida después de la muerte, Ramón, muy racionalista, le respondo que un pálpito le dice que en la otra vida no hay nada, aunque siempre queda la supervivencia a través del recuerdo y la poesía.
En una palabra, un bello y estremecedor film que consolida a un gran realizador, acercándolo al público, frente a sus obras más artificiosas y frías como Tesis o Los otros, y lo introduce en el mundo de los insondables sentimientos. No es una obra maestra, en el sentido de que tiene sus trampas, concesiones o fugas a la angustia insoportable del tema. Me imagino con el rigor que habría rodado esta misma historia un Bergman, un Buñuel , un Bresson o incluso un Rossellini. Pero también es verdad que este film sobre el “derecho a la muerte digna” se convierte en un canto a la vida desde un cerebro; al amor gratuito y sin manos, en definitiva a una forma de fe que hace que se superen a sí mismos en los límites de su cuerpo. Es un film poético y en la poesía, que redime o es el hontanar secreto de toda realidad, siempre habita el misterio, un sabor a más que está más allá paradójicamente incluso del nihilismo de una concepción puramente material de la vida, que la película parecería defender. Como si al final ganara el alma, le mente, o como quiera llamársele al elán vital que anima la vida a la que renuncia el protagonista.
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Director: Alejandro Amenábar .-Guión: Alejandro Amenábar, Mateo Gil.-Productor: Fernando Bovaira, Alejandro Amenábar.-Intérpretes: Javier Bardem (Ramón Sanpedro), Belén Rueda (Julia), Lola Dueñas (Manuela), Mabel Rivera (Rosa), Celso Bugallo (José), Clara Segura (Gené), Joan Dalmau (Joaquín), Alberto Jiménez (Germán), Tamar Novas (Javi).-Música : Alejandro Amenábar .-Fotografía: Javier Aguirresarobe, Montaje: Iván Aledo.-Duración: 110 minutos.
Leer el poema de Ramón Sampedro, que dio título a la cinta.
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