Cae la tarde y el pescador espera en silencio. Su paciencia se parece a la del mar, que besa la orilla incansable como la armonía de su música, su remoto bramido, que acuna al tiempo. Decía Papini que “muchos pescadores de caña no son más que filósofos disfrazados para pasar inadvertidos antes los imbéciles”. Quizás porque la gente no admite a los contemplativos puros que “no hacen nada útil”, y parecen perder el tiempo mirando al mar. En una sociedad dominada por nerviosos deseos utilitarios contemplar equivale a perder el tiempo. Por eso, caña de pescar en mano, el contemplativo resulta más tolerable. “Al menos está ahí para algo”, pensarán. Olvidan estos nuevos imbéciles que contemplar es ser.
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