Como si fuera otro afloramiento de su parque geológico, el pueblo turolense de Aliaga se confunde con la montaña en una zona donde se pueden leer escritos en la tierra doscientos millones de años. Hay lugares como este donde el tiempo parece quedar suspendido entre los pliegues de los siglos y donde te sientes parte de un proceso del que desconoces su principio y su fin. Entonces, para evitar el vértigo, lo mejor es cerrar los ojos y sentirse, como sus calles medievales, su puente romano, su ermita, cobijados en el valle, como en las manos de Dios, él único que puede arropar nuestras incertidumbres, este abismo de debilidad, el enigmático transcurrir de la historia. Al instante descubres que, lejos de provocar miedo, todo es un canto de amor y presencia.
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