Siempre hace buen tiempo

Decálogo de propósitos para el año nuevo

 Recibiré las pequeñas cosas de cada día como un regalo

Después de unos años llenos de incertidumbre y algunas noticias devastadoras, ¿cómo afrontar el que comienza? Se me ocurren estos diez propósitos para sentirnos liberados y al mismo tiempo fieles al seguimiento de Jesús de Nazaret:

1. Este año viviré en el presente, disfrutando del ahora, que es un taladro que me comunica con la eternidad.

2. Dejaré de rumiar los eventos pasados de mi vida, todo sentimiento de culpa, toda angustia provocada por lo no bien hecho u omitido, todo pensamiento negativo del ayer. El pasado pasó.

3. No me inquietaré por la inseguridad del futuro: ¿qué será de mí, de mi salud, situación económica, el futuro de los míos? No hay miedo posible, si sé de veras siento que estoy en manos de Dios.

4. Miraré más allá de los acontecimientos, noticias, percances, situaciones, consciente de que hay una trama que no veo, una mano providente que salva, un sentido misterioso en todos ellos.

5. Cerraré los ojos de vez en cuando para abrirlos desde la contemplación, lo que me permitirá encontrar el “sabor a más” que todo contiene.

6. Recibiré las pequeñas cosas de cada día como un regalo: desde el aire que respiro al árbol de la esquina; desde el niño que nace al hermano que muere; desde el canto del jilguero a la gran sinfonía, agradecido del don de la vida, pues “todo es gracia”.

7. Dirigiré mis pasos, en la medida de mis fuerzas, al planteamiento de las bienaventuranzas y su visión rompedora sobre los pobres, los pacíficos, los limpios, los misericordiosos, los que luchan por la justicia… Y si no tengo fuerzas para cambiar y comprometerme para que el mundo cambie, las pediré humildemente para que Dios lo haga en mí.

8. Miraré a todo hombre y mujer, sin distinción de razas, apariencia o condición, como un pedazo vibrante de mí mismo, y si mi instinto lo rechaza por alguna razón, diré para mis adentros: “Yo sin él no existo, Señor; ayúdame a amar a mi hermano, sea el que sea, y concienciar que solo llegaremos a ser, si todos somos uno”.

9. Tendré presente cada día la muerte, no desde el miedo como mi fin, sino como el “yo soy” definitivo, la puerta hacia mi plena identidad, la inmersión en el mar de luz del que procedo y, en el que, sin percibirlo, ya estoy ahora nadando.

10. Me alimentaré diariamente de la Palabra de Dios que sacia, sugiere, eleva e interpela, reclinando cada noche mi cabeza, como Juan, en el pecho de Jesús, y sintiéndome conducido como niño pequeño de la mano amable de María en medio de las turbulencias de este mundo. Amén.

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