Siempre hace buen tiempo

“Con esta novela pretendo poner un gramo de reconciliación, de serenidad”

JOSÉ ANTONIO LÓPEZ en DIARIO DE CÁDIZ

El escritor y jesuita Pedro Miguel Lamet (Cádiz, 1941) revisa en su novela histórica Las trincheras de Dios (Ediciones Mensajero) lo ocurrido en la Guerra Civil partiendo de la figura de Fernando de Huidobro, jesuita como él que murió en el campo de batalla mientas auxiliaba a los heridos y que protestó ante Franco por sus fusilamientos. La obra se presenta el miércoles 9 de noviembre, a las 19.00 horas en la Fundación Cajasol de Cádiz, con la presencia del catedrático Manuel Bustos.

–¿Qué le ha motivado a escribir esta novela histórica sobre la Guerra Civil?

–Es muy claro. En un momento en el que estamos con la revisión histórica de esa época, yo pretendía poner un gramo de reconciliación, de serenidad, en las nuevas trincheras intelectuales que tienen enfrentados a los partidos y con ello también a los españoles; a veces de forma simplista o revanchista. Como dice la protagonista de la novela: “Mi investigación me ha llevado a clarificar algunas ideas; la guerra de España fue la mayor equivocación de nuestra historia, donde todos tenían sus razones, pero en la que al mismo tiempo todos tuvieron su parte alícuota de culpa”. El pueblo fue la mayor víctima de esta catástrofe, y al mismo tiempo se vivió la mayor persecución religiosa de Europa en el siglo XX.

–La figura central elegida es el jesuita Fernando de Huidobro.

–Sí. Su figura histórica es para mí muy importante porque es un hombre que quería ayudar en los dos frentes y que al ser jesuita, evidentemente, lo destinaron al frente nacional como capellán de la Legión. Pero él, desde allí, llegó a tal saturación que escribió cartas a Franco y a los generales en contra de la matanza indiscriminada de los milicianos. Y ese personaje junto con otros como Herrera Oria trabajaron mucho por que no hubiera guerra, como una tercera vía. Frente a los dos bandos hay una tercera vía que odiaba la guerra.

–Al estilo de Chaves Nogales.

–Exacto, también, que está citado en la novela.

–La personalidad de este jesuita, su intención de ir a ayudar a los heridos a la zona republicana, parece desvelar que no hay que encasillar a toda la sociedad de la época. Un sacerdote muy bien formado, discípulo de Heidegger, un intelectual que quiere bajar al fango y que muere en el campo de batalla ayudando a los heridos.

–Al principio es incluso despreciado por los legionarios porque tenía esa cara típica de intelectual, con sus gafitas y tal, y se reían. Y en poco tiempo se los metió en el bolsillo. Y hoy en día los legionarios se siguen acordando de él y son los que han promovido la reapertura de la causa de beatificación.

–¿Es importante la beatificación?

–Bueno, yo creo que en un momento dado se paró porque no se veía bueno para la reconciliación en España, en la época de la Transición. Y ahora, evidentemente, es una figura de reconciliación. Hay otra vez una lucha en España un poco absurda. No hay ni buenos ni malos, hay hombres, seres humanos débiles que estaban condicionados por muchos problemas como el hambre, la situación económica, problemas políticos… Un clero que no estaba muy formado y una Iglesia que también tuvo parte alícuota en el tema, aunque el Vaticano se retrasó muchísimo en dar su bendición porque no lo veía claro.

–En la novela se dice que la Iglesia no formó parte del núcleo del golpe y que los nacionales fueron los que le dieron después el sesgo religioso al conflicto.

–Exacto, exacto. Se apuntan y le dan una emoción religiosa que ellos no pretendían porque algunos de ellos eran masones, increyentes, y el mismo Franco no era una persona muy religiosa cuando estaba en África…

–Llama la atención la agilidad de la novela por los saltos de la ficción a la historia y por el uso alternativo de la primera persona en Milagros para contar su tesis doctoral, en la actualidad, y con un narrador para la guerra civil.

–Primero, quería que fuera una mujer para que tuviera la sensibilidad de las víctimas. Porque los verdaderos protagonistas de la novela son las víctimas, de un lado y de otro, la gente del pueblo, ante una guerra que fundamentalmente era interés de las potencias extranjeras; ellas prolongaron la guerra con sus ayudas.

Y la estructura intenta que el momento presente, diríamos de la revisión de la memoria histórica, sirva para ver el pasado desde el ahora; y en el pasado, la figura de Huidobro. Entonces se va contando la guerra, la novela es un resumen de todo lo importante de la guerra, como un flashback cinematográfico. Se trata de atrapar al lector en un discurso más ameno, en donde lo actual y lo pasado se mezclan.

–Curiosa coincidencia que esta entrevista se realice el mismo día en que se exhuman los restos de Queipo de Llano de la Macarena. El militar aparece en su libro. ¿Qué le parece, a usted que es sacerdote, lo ocurrido?

–Aparece en el libro porque la protagonista es sevillana y la figura del franquismo en Sevilla es Queipo de Llano. Pero Queipo, en la derecha, se ha mitificado injustamente porque en sus arengas radiofónicas insultó, invitó a los nacionales a violar a las mujeres… Y, luego, su vida posterior dejó muchísimo que desear, no lo aceptaba ni el propio Franco que lo mandó a Argentina. Es un personaje bastante siniestro en conjunto. El hecho de que estuviera en la Macarena es contradictorio. Pero no creo que se trate solo de Queipo de Llano, creo que no se debe enterrar en las iglesias a personajes de este tipo tan marcadamente politizados en una línea… Y que la Virgen llevara en la procesión la banda de general y el bastón de mando… Hombre, es una especie de profanación.

–No falta Cádiz, su ciudad natal, en la novela.

–Sobre todo porque Cádiz es liberal y Cádiz siempre ha admitido toda clase de pensamiento. Creo que era obligado que apareciera Cádiz, entre otras cosas porque la protagonista es sevillana y veranea en Cabo Roche. El hecho de que lea a Chaves Nogales en un bar de la plaza de la Catedral es como un símbolo de esa libertad de expresión y de pensamiento en Cádiz.

–¿Quiere aportar algún tipo de moraleja con su novela?

–Quiero dejar claro que me parece muy bien que las familias entierren a sus muertos, porque eso es una de las obras de misericordia. Eso lo tengo claro. Ahora bien, creo que todavía no ha pasado suficiente tiempo, a pesar de todo, para que los españoles sepamos reencontrarnos, que todavía lamentablemente siguen abiertas trincheras, aunque sean intelectuales. Todo es un poco como infantil. Una cosa es enterrar a los muertos y perdonar y reconciliarnos, y otra cosa es infantilmente tirarnos a la cabeza nombres, lápidas y tumbas. Todo es excesivo. Quizás, para mí, el ejemplo más claro del momento que estamos viviendo es que los partidos políticos se han escorado a la extrema izquierda y a la extrema derecha, que son los dos bandos enfrentados de aquella época. A nosotros nos viene bien la moderación, y la España de la calle prefiere la moderación. Esta novela quiere reconciliar, y quiere demostrar que nadie tenía la absoluta verdad ni la absoluta razón en esa contienda, que fue un error. Volverse a los extremos, después de la Transición, es una barbaridad.

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