Una encuesta callejera sobre lo opinión que tiene la gente acerca de su vida nos daría un resultado mayoritariamente negativo. Casi nadie está contento con su suerte. O el trabajo no les satisface, su vida afectiva es una fuente de problemas o la economía, la salud física o mental no anda muy bien. Pese a los grandes logros de la era tecnológica y el desarrollo de los países del mundo occidental en el que nos encontramos, algo falla para que la media de nuestros habitantes arroje un índice tan elevado de infelicidad. Porque dependemos de los acontecimientos exteriores, no de nuestro auténtico yo.
Se puede decir que todos morimos y nacemos un poco cada día. Abandonamos algunas cosas y comenzamos otras nuevas. Vamos, casi sin darnos cuenta, cambiando de rostro, de experiencias, de objetos, de ropa, de amigos. Cuando muere una persona conocida, cuando nuestra ocupación evoluciona o visitamos un nuevo lugar, algo cambia en nosotros. Sin embargo es el cambio interior el más importante y del que dependen todos.
A ese nacimiento me refiero, al que condiciona a todos los demás. Porque «no es fuera, sino dentro donde hace mal o buen tiempo». Si echamos una ojeada atrás percibimos que, aunque un substrato de nuestra personalidad siempre está ahí, ¿en qué nos reconocemos ahora de cuando teníamos ocho, quince, veinte o treinta años? Nuestras células cambiaron al ritmo de nuestras experiencias y etapas.
Pero no se trata de evolucionar sólo a golpe de desengaños, sino de ser autores de nuestra vida. Los maestros espirituales siempre enseñaron la necesidad de nacer de nuevo, cambiar por dentro, alcanzar la luz, lo que redunda inmediatamente en el mundo de fuera.
Cada día puede ser de este modo un descubrimiento y un paso más hacia la felicidad. La condición es saber morir cada noche y nacer al amanecer del día siguiente y tener capacidad de despertar con aires de estreno. Ello supone cambiar nuestra forma de mirar, tirar las viejas gafas llenas del polvo de los años y con ellas los esquemas heredados, los criterios preestablecidos, las normas aprendidas de memoria para redescubrir la vida, las personas, los paisajes y colores.
Que ¿cómo se hace? Sugiero una técnica sin técnica: Estar atentos, permanecer vigilantes, intentar ver la verdad que está detrás de cuanto la llamada la realidad nos ofrece. Así miraron los místicos, santos y algunos poetas. Eso es lo que pedía Juan Ramón Jiménez: «Inteligencia: dame el nombre exacto de las cosas». Lo que mira el objetivo de un gran cineasta o un consumado pintor. Para él el recodo del árbol junto al río es distinto. Como para Teresa de Calcuta un pobre no era lo que parecía, un ser lleno de llagas y repugnante, o para Luther King un negro no era un miembro de una raza inferior en contra de los racistas de siempre.
Lograr esa mirada limpia, no contaminada, no es patrimonio de unos pocos. Cualquiera que esté atento puede lograrlo, con tal de que no le laven el cerebro los manipuladores de turno. Puede experimentarse mirando los distintos matices de verdes de un árbol o cerrando los ojos para comprender mejor esta película de la vida.
En definitiva nacer de nuevo es la única manera de acercarse a la felicidad y no depender del pasado. Sumergirse en este instante, sin preocuparse por lo que ya se fue o lo que va a venir nos permitirá gozar a tope de lo que tenemos entre las manos que es en sí mismo una ventana a la luz total, la única realidad ajena a ese sueño, a esa proyección fugaz.
Quizás tendría para nosotros una nueva interpretación aquella frase de Jesús. «¡Qué estrecha es la puerta y que angosto el camino que lleva a la vida!» Tan estrecho y angosto como es el sendero del instante presente que nos comunica con lo real, lo que no pueden llevarse los años y está limpio de la culpa del pasado que ya no existe y del miedo al futuro que aún no es. Hay dos vidas, la exterior, el papel que representamos, y la interior, “una fuente que salta a la vida eterna”(Jn 4:10-15)
Ese es «el ojo que suministra luz a todo el cuerpo», ya que cuando miramos con estos ojos nuevos el resto del mundo se ilumina. «Por eso os recomiendo que no andéis angustiados por la comida y la bebida para conservar la vida o por el vestido para cubrir el cuerpo… Fijaos en las aves del cielo». «No os preocupéis del mañana que el mañana se ocupará de sí. A cada día le basta su problema».
Y la gran pregunta de Nicodemo que es la pregunta clave de la vida: «¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo, ¿podrá entrar de nuevo en el vientre materno para nacer?». La respuesta de Jesús y de cualquier persona realizada seguirá siempre siendo la misma: «De la carne nace carne; del espíritu nace espíritu».
Solo desde dentro, se puede dar el salto mortal a la vida verdadera. No hay que esperar a ver el otro lado. Saborear lo hondo del ser, sin conceptualizarlo: solo sentirlo desde el silencio.