Siempre hace buen tiempo

«Así como nosotros»

El que no perdona nunca rompe los barrotes de su propia cárcel.

Ha llovido mucho desde que Séneca escribió en su libro “De moribus”: “Perdona siempre a los demás, nunca a ti mismo”. Entre otras cosas el gran filósofo cordobés no conoció al gran especialista del perdón, Jesús de Nazaret, que dio en la clave al mostrar la gran razón para hacerlo, el amor: “Muchos pecados le son perdonados porque amó mucho”; y la ignorancia: “Perdónalos porque no saben lo que hacen”. Sólo el cristianismo cambió, incluso culturalmente, el arte del perdonar, que es simultáneamente un modo de amor y de humor.

Si esta vida es un sueño o una película, un pasar en definitiva, el que es incapaz de perdonar y perdonarse no sabe relativizar, absolutiza lo transitorio, le da tal importancia a la ofensa que desea cristalizarla para siempre. Su morbo se vuelve contra él como un boomerang, volviendo su corazón duro como una piedra, amargado e infeliz.

Hoy se quejan los moralistas que no hay demasiada conciencia de pecado, ni en el orden social, ni económico, ni sexual. El pecado es una palabra casi desterrada de nuestro lenguaje. Sin embargo, ¿por qué la gente vive infeliz, estresada, con una vaga y difusa conciencia de culpa? Han surgido en esta sociedad consumista pequeños nuevos “pecados”. Hoy es pecado fumar, sobre todo para los americanos del norte. Es pecado tirar papeles en el campo y desperdiciar agua tontamente. Es pecado no tener buen tipo y no ser joven. Sobre todo la televisión nos enseña que todo lo malo que ocurre cada día y aparece en el telediario es culpa nuestra: los accidentes de tráfico, el hambre del mundo, la droga, el sida, el cáncer, la bajada de la bolsa, hasta la pandemia y el cambio climático.

Todo ello crea en nosotros una especie de mala conciencia que amarga. Y como el viejo remedio del confesonario no está ya en boga –quizás porque en vez de liberar muchas veces, por mala interpretación de la reconciliación cristiana, hacía más pesado el talego del sentimiento de culpa– se busca al psiquiatra, al vidente, al astrólogo o, lo que es peor a diversas formas de drogas duras y blandas. La cosa es escapar.

Siempre defiendo que el hombre ha nacido para ser feliz, si su mente y su corazón pueden despertar a la verdad profunda y a la armonía universal. Para conseguirlo es necesario perdonar a los demás y perdonarnos a nosotros mismos.

De su lectura extraeremos que el primer paso de tal curación liberadora es “ver” o “comprender”. Sólo la persona que se sitúa por encima sabe perdonar. El padre o la madre que ve litigar a sus hijos por un juguete resta importancia al hecho porque conoce su verdadera dimensión. Si todo pasa, ¿por qué permanecer precisamente en la angustia y el odio que acaba por roer mis propias entrañas? Perdonar es sobre todo ver claro sobre nuestra verdad de intérpretes de una “peli” en espera del The end.

El segundo requisito es perdonarnos a nosotros mismos. Lo que hemos llamado pecado, incluso los tremendos de Nerón o Hitler, sólo son formas de ceguera, locura o ignorancia, falta de perspectiva. Sin embargo millones de seres humanos que hoy no aceptan la palabra “pecado” sufren, como acabo de decir, de sentimiento de culpa. No se perdonan casi nada, ni el estar gordos, ni tener aquella nariz o, sobre todo, no responder a esa “superyo”, esa imagen idealizada de sí mismos, que les lleva a mal traer. Se ven feos en el espejo y eso es estar al borde de contraer una enfermedad incluso física.

Perdonarse es el primer paso del gran desafío que es perdonar a los demás. El que no está bien por dentro es incapaz de la tolerancia, de olvidar las ofensas de la esposa, del compañero, el amigo, la gente en general. Y esto es como la pescadilla que se muerde la cola. Si no perdonas a los demás, te guardas para ti todo el veneno que se convierte a su vez en rémora personal, nuevo material que perdonarte.

El perdón de nuestras ofensas está, como reza la sabia oración del Padrenuestro, íntimamente conectada con el “así como nosotros”, convirtiéndose en un círculo de liberación personal y social para creyentes o agnósticos, porque el que no perdona nunca rompe los barrotes de su propia cárcel.

Perdonar y perdonarse es permitir y permitirnos comenzar de nuevo, renacer cada día; limpiar las cañerías de nuestro subconsciente de oscuridades y miedos; darnos y dar una nueva oportunidad al júbilo. No es tarea fácil esta forma de liberarnos para el amor, que es lo único que en definitiva uno deja y se lleva al otro barrio.

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