La polémica despertada por la producción de Netflix “Los dos papas” no ha hecho sino despertar mayor interés por el film del brasileño Fernando Meiralles, que está siendo visto tanto por creyentes como por ateos, indiferentes, viejos y jóvenes, y ha sido nominada para los Globos de Oro junto a “El irlandés” de Martin Scorsese e “Historias de un matrimonio” de Noah Baumbach. Hay que adelantar que se trata de una obra de ficción basada en hechos reales, que recrea en un hipotético encuentro entre el cardenal Bergoglio (Jonathan Pryce) y el papa Ratzinger (Anthony Hopkins) –de hecho conversaron a veces- y es adaptación de una obra de teatro de Anthony McCarten.
Meiralles, que ha dirigido obras de carácter social como Ciudad de Dios o El jardinero fiel estructura su película en el momento en que Bergoglio, decido a retirarse, acude a la residencia papal de Castelgandolfo para solicitar de Benedicto XVI la firma a su renuncia. El encuentro transcurre en una evolución del enfrentamiento entre dos concepciones teológicas y eclesiales contrapuestas que desemboca en un acercamiento en lo humano sobre sus propias vidas. Estas aparecen en flashbacks tanto con recursos al documental real como a la reconstrucción de ficción. En esto la película puede ser ambigua, ya que presenta elucubraciones mezcladas con fragmentos de archivo, lo que da credibilidad fílmica a lo que ambos prelados cuentan.
La parte principal de la historia tiene lugar en el verano de 2012, cuando el Papa Benedicto XVI celebra el séptimo año de su pontificado. En reminiscencias más cercanas, la historia se remonta a abril de 2005: el funeral de Juan Pablo II y el cónclave que comenzó el 18 de abril de 2005. En su segundo día fue elegido el Papa Benedicto XVI. En la película, también vemos el anuncio público de la abdicación de Benedicto XVI durante el consistorio en el Vaticano el 11 de febrero de 2013, y otro cónclave del 12 al 13 de marzo de 2013, que terminó con la elección de Francisco.
No obstante, la intención del realizador brasileño no es la literalidad y la autenticidad de los diálogos, sino el contenido de los mismos. Quiere presentarnos a dos hombres admirables que ven el mensaje evangélico desde ópticas distintas: Ratzinger como representante de la verdad inmutable, y Bergoglio como el amor evangélico por encima de la ley. Ambos con sus caracteres distintos, sus pasados difíciles, sus aficiones, sus errores importantes. Esto humaniza y acerca las figuras de los dos papas, salpicándolas de anécdotas, humor y experiencias vitales. Esta es quizás la razón por la que este film está cosechando el interés de gentes incluso que no se interesan por asuntos de Iglesia. Los diálogos son excelentes y el espectador disfruta al ver a dos papas hablando de todo como “seres humanos”, como tú y como yo.
Es evidente que Meiralles está descaradamente a favor del papa Francisco, sobre todo al subrayar su compromiso con los pobres, la ecología, los inmigrantes, etc. Aunque rebaja este aspecto hagiográfico al presentar en toda su crudeza su intervención en la dictadura de Videla, en la que, aunque salvó a muchos, descalificó como provincial a dos jesuitas, que no quisieron abandonar sus villas miseria, siendo luego torturados de forma infame. Se trata de los personajes reales, padres Orlando Yorio y Franz Jalics, destinados en favelas cerca de Buenos Aires. Fueron secuestrados por escuadrones de la muerte militares y torturados. Jalics, que aún vive retirado en Baviera y convertido en un maestro de oración profunda con excelentes libros, realizó una reconciliación pública con Bergoglio cuando celebraron misa juntos. Se trata de lo mencionado en la película cuando el Cardenal Bergoglio le dice a Benedicto XVI que el segundo de los jesuitas, que finalmente abandonó la Compañía, acusó al futuro papa por el resto de su vida de que lo había protegido insuficientemente de la represión. Nunca este tema ha sido explicado en toda su crudeza en el cine. Sin embargo no es cierto que Bergolgio fuera desterrado por influjo del régimen en una provincia lejana. Fue nombrado rector de la Facultad de Teología de San Miguel y luego enviado a Irlanda y Alemania a estudiar. Como no aparecen otros problemas que tuvo en el interior de la Orden por su fuerte liderazgo entre los jóvenes jesuitas.
Respecto a Ratzinger, siempre tratado con respeto, queda ambigua su actuación con el pedófilo y corrupto Marcial Maciel Degollado, fundador de los Legionarios de Cristo. Es cierto que el Vaticano conocía los pecados de Maciel y particularmente el cardenal Ratzinger. Pero entonces, como presidente de Doctrina de la Fe, estaba sometido a las decisiones de Juan Pablo II. Sin embargo fue Ratzinger como Benedicto XVI quien suspendió “a divinis” a Maciel y lo envió a la penitencia perpetua.
Bien sabemos que la creación se sirve de “licencias poéticas” y simplificaciones para logar su cometido artístico. Es una peli, no un tesis doctoral. Todos sabemos también que Bergolgio para pedir la renuncia a los 75 años no necesitaba acudir a Roma ni entrevistarse con el Papa. También que Francisco, aunque es hincha del fútbol, hizo una promesa de no volver a ver televisión y que hoy se entera de los resultados por un guardia suizo. Por otra parte, el cardenal Bergolgio jamás criticó públicamente a Benedicto XVI. Es evidente que hubo una “conversión”, incluso de carácter, de Jorge Mario posterior al acceder al papado, que impactó incluso a los cardenales que le habían elegido pues lo tenían como muy conservador y piadoso. Pero había que sintetizar en un presente ficticio dos líneas de pontificados bastantes divergentes, aunque luego en la doctrina no han sido tanto, pues ambas están afincadas en la Escritura y la tradición de la Iglesia.
Con todo y con eso, se trata de un guion brillante y de dos excelentes interpretaciones. Es cierto que Anthony Hopkins se interpreta más a sí mismo por su propia fuerza como actor y no encarna bien la dulzura y fragilidad formal de Ratzinger, mientras que Jonathan Pryce es casi un calco físico e interpretativo del actual papa. La música de Dancing Queen o Bella Ciao sirve de contrapunto contemporáneo a las imágenes de archivo de la capilla Sixtina. la pompa vaticana o la dictadura argentina. Todo contribuye a un ritmo del montaje que aleja de un difícil filme de tesis, que quizás pudiera haber sido más hondo, pero menos popular.
Respecto al dualismo entre la verdad y el amor, se unen en la humanidad que acerca a ambos papas, que nos enseñan esa cercanía que se produce en el diálogo complementario más que en la dialéctica intelectual o teológica. Y en ambos está presente el sufrimiento, la sombra de la culpa, el presente que nos pesa del pasado y sobre todo que la fe es una búsqueda en medio de la niebla de la duda. Y que ser Papa es uno de los oficios más difíciles que se pueden ejercer en este mundo. Los entornos o escenarios coadyuvan para ello: el imponente juicio final de la Sixtina, el verdor amable de los jardines, el piano, el té, la crudeza de los reportajes de la represión de Videla, el fútbol y los inmigrantes de Lampedusa. Una manera de plasmar la vida misma. Quizás este film, con sus imprecisiones y sus carencias, pueda ayudar a personas alejadas a comprender en momentos dolorosos de desprestigio de la Iglesia, que está guiada por “hombres”, algunos excelentes, entregados y de “buena voluntad”. No es poco.
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A lo mejor todo el problema consista en que hay dos papas; tal vez hubiera sido oportuno y adecuado saber dejar de ser papa cuando se reconoce personalmente que uno no puede con ese santo marrón, como dijo el propio Ratzinger en su día, cuando decidió pedir la jubilación por incapacidad.No hubiese pasado nada, excepto que se habría dado un hermoso toque de humanidad y de humilde disposición ante las propias limitaciones, que quizás miradas desde el ángulo del espíritu, en vez de limitaciones sean la libertad plena y el feliz desapego de los hijos de Dios, que implicaría respetar a Bergoglio y su forma de entender el papado en otro registro más evangélico que imperial.Más sano y cristiano.Más inteligente también.Basta con leer a Pablo de Tarso, cuando afirma que no todo el mundo puede con el celibato y que «más vale casarse que abrasarse». Tal vez obsesionado con lo que no entiende de Bergoglio, le falte tiempo y atención para repasarse las bases escritas del propio cristianismo. Con la edad la memoria flaquea hasta en los papas. De todos modos es sano que surjan estos entuertos para que se medite, se reflexione y se vea que es mejor no idealizar ni dogmatizar nada ni a nadie, que todos los seres humanos tenemos goteras que arreglar y por ello lo que nos salva es reconocerlas cuanto antes para poder arreglar el techo de la conciencia(cum-scientia) y que ésta nos abra la puerta del espíritu. Y en vez de criticar y padecer, ¡a disfrutar sus regalos constantes!