Siempre hace buen tiempo

Píldoras milagrosas

Hace unos años un grupo de españoles confesaron haber encontrado el “elixir de la eterna juventud” o algo parecido, que lleva tiempo en las farmacias. Según sus descubridores, científicos del CSIC, este producto representa claramente «un avance mundial» contra el envejecimiento y para la prevención de importantes problemas de salud; pues se ha demostrado que «la ciencia no sólo da años a la vida sino vida a los años».

La pildorita se llama Revidox , tiene un precio, cada una, ligeramente superior al euro, se vende en cajas de treinta, y, como siempre, debe tomarse como complemento de una dieta sana y equilibrada y ¡durante toda la vida! Aparte de prolongar la vida celular y actuar por ello, como elixir contra el envejecimiento, este complemento alimentario no sólo rejuvenecería la piel, sino también actuaría en beneficio del resto de órganos (corazón, pulmones, estómago), reduciendo los problemas cardiovasculares y previniendo del cáncer. O sea, una maravilla.


Parece que los efectos de estas cápsulas se consiguen gracias a la aplicación de un método descubierto por científicos del CSIC que incrementa hasta 2.000 veces los beneficios del resveratrol, una sustancia que está presente en la uva, y por tanto, en el vino. Dicen que equivale a ingerir 45 kilos de uva o lo equivalente a 45 botellas de vino, pero sin el alcohol, claro.
Hace unos meses otros científicos británicos aseguraron tener casi lista otra píldora maravillosa contra los accidentes cardiovasculares. Por no hablar del prodigio sexual de la Viagra y otras pastillas menos científicas para adelgazar, aumentar la memoria, quitar la depresión, y de la fama que alcanzaron hace algún tiempo la Jalea Real o el Ginseng.
Desengañémonos, hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad, como ya decía don Hilarión, el boticario de la Verbena de la Paloma. Pero, seamos sinceros, la portentosa tableta que nos devuelva al vigor y las ganas de juerga de los veinte años no existe. Ni el tranquilizante que te quite la angustia existencial de no haberte aceptado como eres o no haber perdonado a tus padres o vivir centrado en una culpabilidad pasada o cualquier frustración sea cual fuere.
Me viene a la memoria uno de los versos de Ernesto Cardenal en su “Oración por Marilyn Monroe”:
          Ella tenía hambre de amor y le ofrecimos tranquilizantes.


Para mayor abundancia hoy está de moda automedicarse. La gente quiere comprar felicidad en la tienda de la esquina, el herbolario o la farmacia. Piensa que la belleza y la alegría tienen un precio en el quirófano de la cirugía estética o se adquiere con un plan mágico de adelgazamiento o un frasco de Prozac. Y nadie puede negar que una aspirina a tiempo alivie el dolor de cabeza. Pero tampoco defender que haya un medicamento contra el dolor de estrellas, la pérdida de un ser querido o una enfermedad terminal e irreversible.


Sin embargo, despertar por dentro, vivir en el instante, disfrutar del don de la vida y sus pequeños regalos, mientras sigan a nuestro alcance, son “píldoras” al alcance de cualquier bolsillo que curan de la angustia e incluso de la muerte al descubrir que es parte de la vida. Nadie piense que hablo en contra de la ayuda impagable de médicos, psiquiatras, psicólogos, farmacéuticos, enfermeros, cuidadores y naturistas; ni contra el poder que nuestra mente atribuya a sus prescripciones, que en definitiva suele ayudar más que la virtualidad del medicamento.
Pero, desengañémonos, al final el único remedio para liberarse de las enfermedades, carencia y padecimientos de esta vida no viene de fuera, ni puede tragarse con un vaso de agua, que toda curación para que dure procede de dentro, de lo más profundo de nosotros mismos.

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