Rompedor, sencillo, cercano, inteligible como siempre, el papa Francisco ha irrumpido en la plaza de la Revolución de la Habana más como pastor que como mediador político. Pocas veces una misa ha suscitado mayor expectación mediática que la celebrada ayer ante cientos de miles de cubanos, entre los que había por supuesto muchos fieles creyentes, con la fe más o menos dormida por una represión religiosa de décadas, pero también miles de personas que más allá de sus creencias ven en Francisco un símbolo de libertad, diálogo, justicia y reconciliación. Y ante dos mandatarios bien distintos, Raúl Castro, hoy amigo, y Cristina Fernández, milagrosamente transformada en fan.
Un dato insólito de esta eucaristía es que para recibir la comunión hacía falta llevar una pegatina distintiva en la solapa. El hecho, motivo de polémica interna en la Iglesia cubana, tiene razón de ser: en la misa de Benedicto XVI, donde muchos empleados gubernamentales fueron alentados a asistir, se vieron no pocas hostias consagradas arrojadas al suelo. O que la inmensa mayoría de los niños y jóvenes de la isla ignoran cómo hacer la señal de la cruz, pues los cambios van lentos en Cuba o que ayer mismo más de 30 opositores fueron detenidos para impedirles asistir a la celebración.
Paso a paso: Juan Pablo II en 1998 consiguió que la Iglesia, hasta entonces anulada, empezara a contar. En 2012 Benedicto XVI logró que adquiriera presencia en los medios. Esta semana los canales cubanos han emitido el mensaje de Francisco. Ahora el siguiente objetivo sería obtener un rol educativo y social en el país.
Diplomacia vaticana y astucia jesuítica se han dado la mano en el modo de proceder del Papa en este primer día de su viaje a Cuba. Los aspectos más políticos precedieron a la visita propiamente dicha, con peticiones de Parolín, secretario de Estado, a favor de acabar con el embargo estadounidense, o el encuentro del propio Papa con estudiantes de Nueva York y de Cuba donde dijo que el líder “es aquel que es capaz de generar otros líderes. Si un líder quiere sostener el liderazgo, es un tirano.”.
Sus alusiones al proceso de reconciliación internacional en el aeropuerto y en la homilía han sido leves, de las que destaca su sutil distinción entre persona e ideología: “El servicio nunca es ideológico, ya que no se sirve a ideas, sino que se sirve a las personas». Algunos comentaristas, que olfateaban un mitin político, se han apresurado a calificar de otro “sermón” esta homilía. Ignoran la verdadera revolución del papa Francisco, que nunca ha sido de izquierdas ni derechas sino netamente evangélica. «Quien quiera ser grande, que sirva a los otros y no se sirva de los otros». ¿Hay algo más actual y más revolucionario en un mundo de corrupción y arribismo? «Servir significa cuidar la fragilidad… Son los rostros sufrientes desprotegidos a los que Jesús invita a amar». Y concluyó: «Quien no vive para servir, no sirve para vivir».
Dejó al cardenal Jaime Ortega la gratitud por el «frescor renovador» del pontificado que «sienten los pobres de nuestros campos, las periferias sociales, políticas de todo el mundo y también nuestro país», para resaltar la “necesidad de amor y perdón” entre Cuba y Estados Unidos.
Como otra ruptura en este habitual tirar por la calle de en medio es dedicar su inquietud a otros sufrimientos, como hizo al proceso de paz de Colombia que se elabora en Cuba, «consciente de la importancia crucial del momento presente», o el dolor que transmitió a los periodistas en el avión sobre su reciente encuentro con refugiados sirios.
La lectura que hace Bergoglio del evangelio de Marcos sobre la discusión de los discípulos acerca de quién será el más grande puede valer tanto al cristiano más auténtico como al viejo marxista más ortodoxo: el fin de la política, aunque tantos parecen haberlo olvidado, es servir al pueblo, no servirse de ella. O en palabras de Francisco: “Hay una forma de ejercer el servicio que tiene como interés el beneficiar a los ‘míos’, en nombre de lo ‘nuestro’. Ese servicio siempre deja a los ‘tuyos’ por fuera, generando una dinámica de exclusión”. ¿Les suena? Basta con encender la tele u ojear un periódico. Pero de quedarme con una frase, escogería uno de sus arranques poéticos que sirve para todo: «Que el día a día tenga cierto sabor a eternidad». Por tanto ni “papa Ché” ni “papa agua bendita”. Mientras tanto, la profecía de Wojtyla sobre Cuba parece empezar a cumplirse.
Publicado hoy en el diario EL MUNDO.
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