Casi al borde del mar, mi adolescente ha
encontrado la brisa que dormita junto al
porche de casa y la serena claridad con
que me escribes Señor de la penumbra
hasta envolver el ser con tus silencios.
Apariciones de Ti tu ángel me mostraba: la
buganvilla, el cactus, las caléndulas, la
viejita sentada sobre el mimbre, de un sol y
sal emborrachando el aire y las voces de
niños tan lejanos trayendo de la playa sus
colores
o la muerte, ataviada de púrpura y violeta,
de mi tarde.
Ya soy, lo sabes, tan uno con mi todo y tan partido
que el espejo se ha roto
y hasta ausente te parezco de pobre y derramado.
Gracias, ángel, al fuego con que miras
dando mi nombre al ser de cada cosa.
Gracias, ángel al fuego con que nombras
a partir del amor las luces del desierto,
que rasga en un instante lo escondido
aquel borde de mar de adolescente.
(De Volver a andar la calle, 1982)
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