I
Sólo la luna esta tarde
se ha asomado sobre el cerro
y un vientecillo de nácar
lava los árboles viejos.
Todo el pasaje es azul,
desleído en el misterio.
Todas las cosas son cobre
sobre el horizonte lleno.
Las sombras se descoyuntan
como los ritmos de un verso;
y el pueblo, este pueblo añoso,
hastiado de recuerdos,
se tiende sobre la tarde
con la pereza de un perro.
El alma, olvidada, seca,
te busca por los senderos.
II
La sombra se ha puesto un traje
de azul cobalto y de viento,
de viento sonado a luces:
rostros tras vidrios abiertos.
La luna de puro blanca
se quedó sola en el cielo
y se rompió en la campiña
en trozos de leche y miedo.
Hay un aroma cortante
con sabor a pino y cedro,
hay una pena temblando
entre los pliegues del tiempo.
Los hombres se habrán dormido
rotos los gastados miembros,
acurrucando esperanzas
o mascullando deseos.
El rechinar de los grillos
y ese murmullo tan quieto
de la noche se deslizan
con el latir del destierro.
Yo me he quedado contigo,
velando tus sentimientos.






