Siempre hace buen tiempo

El triunfo del amor

La saturación por la vulgaridad y bajo nivel reinantes mueve a algunos creadores actuales a desempolvar obras exquisitas del XVIII, siglo de la razón y la sensibilidad, sobre todo en Francia. Junto a filósofos y científicos, que descubrieron su autonomía en la lógica y en sus experimentos empíricos, florecieron por contraste autores que cultivaron el gusto por el análisis de los sentimientos. Quizás algo semejante a lo que comienza a pasar en estos comienzos del siglo XXI.

Tal es el caso del dramaturgo francés Pierre de Marivaux (1668-1773). Este parisino nacido en una familia burguesa, escritor satírico, fundador de tres periódicos, que arrebató el puesto en la Academia al mismísimo Voltaire, se distinguió además como sutil dramaturgo y por observar de una manera precisa el sentimiento del amor en toda su metamorfosis, en las convenciones sociales, en las contradicciones de los personajes y entre el ser y el parecer, anticipándose a Laclos, Sade y Beaumarchais.

Entre sus comedias destaca El triunfo del amor (1732), cuyo representación teatral en Madrid coincide estos días con la adaptación cinematográfica de la británica Clare Peploe, esposa del gran Bernardo Bertolucci, que ha producido el film y colaborado en el guión. Peploe (que fue ayudante de dirección de Bertolucci y tiene en su haber tres films como directora) quedó altamente fascinada por una representación de la comedia en el Almeida Theatre de Londres y se propuso llevarla a la pantalla.

La película arranca con una escapada, en veloz carroza de dos caballos, de una princesa heredera (Mira Sorvino) en compañía de su dama Corine (Rachael Stirling). Ambas se despojan de sus lujosos vestidos dieciochezcos para introducirse en un palacete donde vive el guapo y joven príncipe Agis (Jay Rodan), a quien le fue injustamente arrebatado el trono que va a heredar la princesa fugitiva.

La obra teatral es una comedia de enredo de verbo exquisito y equívocos al gusto de la época, donde domina la palabra rebuscada y cuyo argumento se ciñe a los esfuerzos de la princesa que usa diversos nombres, Leónidas, Foción, Aspasia, para ir seduciendo, quier como hombre, quier como mujer, a los habitantes del palacete. Su intención final es enamorar a Agis, que la odia como usurpadora de su trono.

Racionalista y protector del muchacho, junto a su hermana soltera Leontina (Fiona Shaw) dedicada a la experimentación científica. Ambos viven aislados y han educado al príncipe a una vida sin amor.

La princesa encarnará sucesivamente personajes masculinos y femeninos para seducir al filósofo y su hermana y de este modo enamorar a Agis, en quien tiene intención de abdicar.

Como es obvio por su origen teatral la fuerza del guión es indudablemente la palabra. No olvidemos que los detractores de Marivaux llegaron a crear el término marivaudage para atacar su amaneramiento y sus neologismos, tras los cuales sin embargo se oculta un interesante aliento estético.

El gran desafío de la realizadora era pues, como suele suceder, superar el obligado encerramiento de las dimensiones teatrales. Lo ha conseguido gracias a dos elementos hábilmente utilizados. De un lado, la exquisita puesta en escena, enriquecida por una variada planificación y escenografía, que se sirve de hermosos jardines de Lucca (Toscana) y un palacio como laberinto y trasunto del enredo amoroso. Primeros planos junto a planos de detalle sirven a la sensualidad y a la morbosidad del equívoco de la doble sexualidad en la que Marivaux resulta hoy tan insinuante como moderno. El vestuario, los fondos, el color y la música dieciochezca sirven eficazmente a tal cometido, no exento de humor.

Aun así el espectador actual no avisado suele impacientarse con la no-acción externa y la saturación de la palabra, que podrían achacar teatralidad al film, como en su caso por ejemplo pudo suceder a la excelente adaptación de Pilar Miró de El perro del hortelano. Pero Clara Peploe añade otro elemento surrealista para recordar al espectador que ella está filmando un guión teatral: los planos en que aparece casi subliminalmente un patio de butacas y espectadores instalados entre unos setos del jardín, y el final de la película, explícitamente efectista, teatral y cantado. Con ello se hace perdonar sin duda por el público la pretendida teatralidad.

El triunfo del amor analiza dos facetas que no por pertenecer a otra época dejan de cobrar hoy vigencia. En primer lugar la sátira del racionalismo y el cientifismo junto a su ética hipócrita frente a la prioridad de los sentimientos y las pasiones humanas. El falso Foción irrumpe en el retiro solitario y tanto el filósofo como su científica hermana caen ante sus ambiguos encantos que ponen en tela de juicio sus más firmes propósitos.

El otro lado de esta inteligente comedia apunta a la bipolaridad humana, un tema muy presente en el pensamiento contemporáneo, que se plantea la problemática de la bisexualidad más que nunca. ¿Dónde comienza lo masculino y acaba lo femenino en cada uno de nosotros? El filósofo Hermógenes saca la lección al final de la película, cuando se refiere al lado positivo y negativo que comporta toda realidad humana y que hará finalmente hacer saltar el arco voltaico de Leontina al mismo tiempo que el amor de la pareja, orquestada por la coral que culmina el film.

Una película con tan escasos intérpretes tenía que apoyarse necesariamente en excelentes actores entre los que destacan Ben Kingsely, Mira Sorvino y Fiona Shaw. No es ciertamente un film de masas, pues requiere la concentración y el gusto que pide toda obra literaria clásica, pero que satisfará a espectadores con una mínima educación del gusto.

El triunfo del amor responde pues a su título y rompe de alguna manera el círculo de la vulgaridad reinante, gracias a un recuperado mundo de sentimientos donde lo más importante, como en la poesía, no es lo que se palpa sino lo que se sugiere o, como en laberinto del jardín de la vida, en la que es difícil conocer la sutil frontera entre la verdad y la mentira, la realidad y la ficción.

Título original: The triumph of love. Guión y diálogos: Adaptación de la comedia del mismo título de Pierre de Marivaux, a partir de una versión inglesa de de Martin Crimp. Clare Peploe, Beranrdo Bertolucci, Marilyn Goldin. Dirección: Clare Peploe. Producción: Italo-británica de Bernardo Bertolucci para Fiction-Recorded Picture Company. Productor ejecutivo:Massimo Cortesi. Música: Janson Osborn, David Gilmour. Dirección artística: Ettore Guerrieri. Fotografía: Fabio Chanchettti. Montaje:Jacopo Quadri. Sonido: Maurizio Argentieri. Vestuario: Metka Kosak

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