Le buscaba la voz como una antorcha en la garganta oscura de la estancia, con el sabor a tiemblo que amanece allá en el blanco amor de adolescencia. Y mis pies conservaban aún todo el aroma sutil de aquella seda: cabellos de mujer, misterio de la noche derramada. Amar a veces es decir me dueles. Te espían mis sentidos por el hueco pasillo del recuerdo, la cueva de lo ignoto que desande preguntas aún suspensas de la infancia. Eran sus manos las alas de un deseo que había llegado a ser desvencijado amor sin nombre, mil veces derramado en un sabor a esquina, a asco, a beso por denario. Eran la bruma azul con que el sueño dibuja los adioses y Dios se hace tejido y primavera. ¡Y cómo eran de puras las palabras que lloraban sus ojos en mí recién nacidos como coplas, quejidos de lo eterno! Escuchar era el agua de un arroyo que nacía de dentro buscando el manantial. ¡Oh pámpanos antiguos, que vuelven a la vida! Me gustaba aquel nombre con son de bajamar y el timbre de sus labios quebrándose en la tarde al pronunciar "Rabboni", mientras el Padre andaba asomado a los lagos perfectos de sus ojos. Me gustaba mirararla, caminar en la noche con su paso de niña que no pesa, blanca huida de risas que se esfuman desde el quicio vibrante de un tiemblo de palmera. ¡Qué frágil la blancura del aire de su manto! Era el amor así espejo de mi Espejo y yo tan solo el Hombre. ¿No es hermoso ser hombre solamente? La voz puso el amor al borde del abismo y el sueño estaba en hora con mi asombro. Pero no pude ser solo un israelita enamorado y amar con ese amor de solo un hombre... Había que andar de nuevo aquel camino y cubrirlo de sangre. ¿Se escurrirá el perfume entre mis dedos para ser todo el Hombre con mi hombre? Aun con la muerte cerca su voz me golpearía en los oídos, oliendo a Jericó sobre los pies llagados: ¡Rabboni! ¡Maestro mío! Y en cada golpe clavándose aquel verso: "Amar a veces es decir me dueles". Pedro Miguel Lametby
Don Gabino y la Guerra Española
Mataron a sus padres cuando el futuro presidente de la CEE era solo un niño
Don Gabino ha dado un testimonio muy importante de reconciliación y perdón frente a los que vuelven a bordear este precipicio del rencor: «Las trincheras de Dios«
En el camino, la madre de Gabino iba preparando a su marido, que estaba destrozado con el pensamiento de dejar huérfanos a sus hijos. Le decía:“Mira, no vas a querer tú más a tus hijos que Dios»
Unos instantes antes de morir dijo: “Así no vais a ganar la guerra, matando a hombres de bien”.
Al lado había otra fosa con restos de mujeres de izquierdas, a las que había fusilado Líster, por haber tenido un comportamiento desleal a las normas, y sin guardar con ellas ningún procedimiento jurídico
“La Iglesia, lo que más hizo entonces, y que yo recuerdo bien -contra lo que dicen algunos que ¡ya va siendo hora de que la Iglesia pida perdón- era predicar el perdón, que perdonáramos a los que habían asesinado a nuestros padres»
15.06.2022 Pedro Miguel Lamet
Con motivo de la muerte de don Gabino Díaz Merchán conviene recordar la relación que este gran sacerdote y arzobispo tuvo con la Guerra Civil a partir del fusilamiento de sus padres, cuando solo era un niño y sus esfuerzos por la reconciliación entre los españoles. Lo sintetizo en mi última novela histórica, «Las trincheras de Dios» (Cap. 21), a través de la protagonista Mila y Asun, una religiosa amiga.
Asentí y decidimos pasear por el patio del colegio, bajo árboles que empezaba a pintar de oro viejo el primer otoño madrileño.
-Imagínate un niño de diez años en Mora, un pueblo de Toledo. Son los primeros días de la guerra civil. Va con su hermana pequeña y con sus padres por la calle. De repente, un grupo de exaltados de izquierdas les pone a los cuatro, en el punto de mira de sus fusiles. Un niño tan pequeño, cara a cara con la muerte. Gabino cuenta que tuvo la sensación de estar a punto de morir. Afortunadamente otra gente se interpuso y no pasó nada. Lo de su padre ocurrió al mes siguiente, en agosto de 1936.
-¿De dónde has sacado esos datos?
-Sostuve hace tiempo, una conversación con él, que me impresionó mucho. Sobre todo, porque don Gabino ha dado un testimonio muy importante de reconciliación y perdón frente a los que vuelven a bordear este precipicio del rencor. El hecho es que fueron a por su padre, Gabino Díaz Toledo, un pequeño empresario que no era un potentado, ni adinerado, ni político. Era sí miembro del Partido Republicano Democrático por afinidad con Hipólito Jiménez, abogado en Madrid y amigo desde la infancia en Mora. “Lo llevamos al Ayuntamiento”, le dijeron. Pero no era cierto, se lo llevaban a la cárcel. Entonces su mujer, la madre de Gabino, entendió lo que le pasaba y le dijo a su marido: “Si mueres, yo quiero morir contigo”. “Señora, usted está loca, nadie piensa hacerle nada a su marido”, le respondieron. Ella regresó triste a casa. Al cabo de una hora volvieron por ella. Parecía que todo estaba resuelto, pero Paz, la esposa, encontró a su marido metido en un coche con otro señor, que iba a sufrir lo mismo. La hicieron subir también al auto. A la media hora paró en la carretera entre Mora y Orgaz, cerca del cementerio de este pueblo.
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