Este año de pandemia lo hemos vivido como un duro invierno, una obligada cuaresma mundial. Decía Gustavo Adolfo Bécquer, que “mientras haya en el mundo primavera, habrá poesía”. En lenguaje cristiano diríamos que mientras un hombre sea capaz de superarse a sí mismo brillará en el mundo la Pascua de Jesús. Todo florece a nuestro derredor como un himno a la vida. ¿Por qué nosotros no lo hacemos?
Hay una fuerza en el corazón de las cosas que las anima a seguir adelante: Cortas un árbol y vuelve a renacer, desvías un río y encuentra salida rumbo al mar, se pudre la semilla y da flor y fruto. Solo el hombre es capaz de hundirse en su depresión y acabar por no levantar cabeza. Nuestro “personaje”, el que nos da la tabarra desde la mente, se regodea en las ideas negativas, el sentimiento de culpa, el “estoy acabado”, “no sirvo para nada”, “nadie me quiere”, “voy a la bancarrota”, y si no tiene ningún dato objetivo se lo inventa. Vive de esa contaminación mental y su tristeza hasta intentar destruirse a sí mismo.
Recuerdo uno de los cuentecillos de Tony De Mello, que viene al caso:
Un visitante de un monasterio se sintió especialmente impresionado por lo que él mismo denominó el “resplandor” del Maestro. Un día en que se encontró con un viejo amigo de éste, le preguntó si conocía la explicación de dicho fenómeno.
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