Siempre hace buen tiempo

Monthly Archives: marzo 2021

Noche oscura

NOCHE OSCURA

¡Dime qué ausencia es esta del deseo
y qué agujero soy  cuando te llamo
como perro perdido sin su amo
o desierto sin agua en que me veo,

si  Tú  no estás y grito que en ti creo,
y  bien sabes. Señor, cuánto que te amo!
¿Por qué es de noche y no encuentro ni un gramo
de aquella luz, ni un silbo, ni un gorjeo?

¿No será que el vacío es la presencia?
¿No será que el  silencio es tu palabra
y la nada la flor de la llenumbre?

Acurruca tu Ser en mi querencia,
anúlame este yo y haz que se abra
a la noche que colmas con tu lumbre.

Pedro Miguel Lamet
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La primavera de dentro

“Cráter de amapola”. ©PMLamet.

            Este año de pandemia lo hemos vivido como un duro invierno, una obligada cuaresma mundial. Decía Gustavo Adolfo Bécquer, que “mientras haya en el mundo primavera, habrá poesía”. En lenguaje cristiano diríamos que mientras un hombre sea capaz de superarse a sí mismo brillará en el mundo la Pascua de Jesús. Todo florece a nuestro derredor como un himno a la vida. ¿Por qué nosotros no lo hacemos?

            Hay una fuerza en el corazón de las cosas que las anima a seguir adelante: Cortas un árbol y vuelve a renacer, desvías un río y encuentra salida rumbo al mar, se pudre la semilla y da flor y fruto. Solo el hombre es capaz de hundirse en su depresión y acabar por no levantar cabeza. Nuestro “personaje”, el que nos da la tabarra desde la mente, se regodea en las ideas negativas, el sentimiento de culpa, el “estoy acabado”, “no sirvo para nada”, “nadie me quiere”, “voy a la bancarrota”, y si no tiene ningún dato objetivo se lo inventa. Vive de esa contaminación mental y su tristeza hasta intentar destruirse a sí mismo.

            Recuerdo uno de los cuentecillos de Tony De Mello, que viene al caso:

 Un visitante de un  monasterio se sintió especialmente impresionado por lo que él mismo denominó el “resplandor” del Maestro. Un día en que se encontró con un viejo amigo de éste, le preguntó si conocía la explicación de dicho fenómeno.

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No dejes, soledad, de acompañarme

Entre los solitarios de hoy día hay dos especies: los que se deterioran por la soledad y los que crecen en la soledad. La diferencia se produce con una sola palabra: “conexión”. Si no hay conexión de amor maduro con los demás (familia, pareja, amigos), es indispensable la conexión interior: el descubrimiento con el centro de las diversas capas de la “cebolla”, lo hondo de nuestra conciencia.

Las diversas formas de meditación han descubierto, que allí en lo profundo siempre estamos bien. Al taladrar hasta el fondo de la conciencia, gracias a la soledad, el silencio, la escucha y la contemplación de la naturaleza, uno puede encontrase con un horizonte sin tiempo, donde la culpa por el pasado y el miedo al futuro se desvanecen, porque conectamos con un “ahora” sin límites, donde todo está bien. Así se han realizado algunos grandes hombres, sean santos, científicos, filósofos, creadores literarios…

Es más, sin un tiempo de soledad, incluso quienes tienen la suerte de mantener buenas relaciones, no pueden lograr ser ellos mismos, pues se convierten en víctima del oleaje exterior y pueden sucumbir en la tormenta de la ansiedad, la angustia o el absurdo. Todo el mundo necesita un tiempo de buena soledad. Pues la verdadera y funesta soledad es “no poder hablar con tu corazón”.

                Por ejemplo, un poeta soldado del mil quinientos, Hernando de Acuña, que luchó en la batalla de San Quintín, tiene un soneto a la soledad, del que copio aquí su primera estrofa:

Pues se conforma nuestra compañía,
no dejes, soledad, de acompañarme,
que al punto que vinieses a faltarme
muy mayor soledad padecería
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