«Hay que sufrir y ofrecerlo. Es la vida. Dios está más allá de todo. Mi vida es estar con Dios. Tenemos que ver a Dios en todo»

«Lo único que queda siempre y en todo lugar, que me ha de orientar y ayudar siempre, aun en las circunstancias más difíciles y en las incomprensiones más dolorosas, es siempre el amor del único amigo, que es Jesucristo».
La comparación de las teologías de Arrupe y Juan Pablo II arroja luz para comprender la incomunicación de dos hombres de Dios, que conducirá a Pedro a la kénosis, el vaciamiento interior de nueve años de enfermedad, vividos de forma heroica.
Me confesó cuatro iluminaciones místicas en su vida: “Lo vi claro delante de Dios. Los jesuitas teníamos que dar ese paso. Fue algo precioso, bonitísimo” (lo decía con al rostro transportado).
Tenía conocimientos extrasensoriales de las personas. Casi todos los jesuitas se sentían percibidos y comprendidos antes de contarles nada.
Hoy se cumplen treinta años de la muerte de Arrupe. Se fue de este mundo precisamente el 5 de febrero, aniversario de los mártires de Nagasaki. de su querido Japón Cuando le visité en Roma, ya afectado por la trombosis para entrevistarle de cara a la biografía, vivía de la fe en medio de la marginación y desautorización de la Santa Sede.






