Era de noche y sin embargo el cielo
bajaba a tus pupilas con el tono quebrado
en son de despida con que el maestro había dicho
su adiós.
Chacales parecían los olivos, cuando hundiste
tus pasos en la tierra roja como sangre
en busca de un camino.
¡Ay Judas! ¡Qué cerca estás de mí!
De ese plano inclinado, de esa hambre de cosas,
de este afincarme en algo por si dura,
de esa envidia al que roza el trono del dominio.
Me he quedado con Juan escuchando el latido
o con Pedro confuso en la incierta jofaina de su miedo
y el alma se me escapa tras tus pasos de amigo y
traidor al mismo tiempo,
de hombre sin más, a fin de cuentas.
Te he querido esta noche a la luz de Nissan,
porque eres mío, tan mío como el mundo
que se siente arrastrado por la oscura querencia
de ser alguien.
Vas a ser cardinal en la tragedia, el segundo
del drama.
Y abandono el cenáculo y salgo como loco
tras tus pasos. Pues contigo me duelo
y con todos los judas que se beben la sangre
de los pobres, los niños, las mujeres, los inútiles.
Detente, que aún es tiempo y al mismo tiempo corre,
que sin ti no es posible la cruz.
¡Oh, sálvame, Judas, de mi Judas!