El secreto de la paz interior está en situarse en el centro del Ser. Las personas tenemos capas, como una serie de cáscaras igual que una cebolla. Y nuestro problema principal radica en que confundimos la vida verdadera con estos epifenómenos o aspectos circunstanciales. Por ejemplo nos identificamos con una faceta externa de nuestro quehacer o papel en el mundo.
Para un político puede ser su rol, su imagen externa de gestor famoso, sus éxitos, las veces que sale en la tele, la posibilidad de ser elegido, el prestigio que tiene en su partido.
Pero no hace falta ser un personaje “importante”. A veces es la belleza física, el éxito en la seducción, el papel de padre en la familia, la capacidad de ganar dinero, el que te conozcan por tu profesión y en tu entorno. Otros se identifican con la negatividad de una culpa, un rencor de infancia, una obra literaria, un miedo no superado.
Cree angustia, aparente alegría o placer instantáneo, no somos nada de eso. Pera estar bien necesitamos emprender un viaje hacia un país que parece desconocido, pero que no requiere andar kilométros ni buscar fuera. Está en el fondo de nosotros mismos. No es el subconsciente, que nos gasta malas pasadas con frecuencia, porque es como un sótano lleno de recuerdos no asimilados, telarañas, pequeños monstruos que somos incapaces de vencer. No es tampoco la conciencia moral, la que nos alaba o reprocha por lo que pensamos que está bien o mal.
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