TE BUSQUÉ DESOLADO Te busqué desolado en mi dolencia, niño enfermo que anhela solitario divisar en el mar algún corsario sobre el velero de su adolescencia. Perseguía en los libros tu querencia buscando el infinito en el diario mirar tras la ventana un campanario por repicar tu luz y tu presencia. Al cabo de los años he sabido que no debo buscarte, oh Dios, afuera ni forzar tu llegada o el encuentro que es detener un gozo perecido, pues siempre el Sol estuvo en mi ribera y en el Mar que me habita desde dentro. Pedro Miguel Lametby
Canto a Judas
Era de noche y sin embargo el cielo bajaba a tus pupilas con el tono quebrado en son de despida con que el maestro había dicho su adiós. Chacales parecían los olivos, cuando hundiste tus pasos en la tierra roja como sangre en busca de un camino. ¡Ay Judas! ¡Qué cerca estás de mí! De ese plano inclinado, de esa hambre de cosas, de este afincarme en algo por si dura, de esa envidia al que roza el trono del dominio. Me he quedado con Juan escuchando el latido o con Pedro confuso en la incierta jofaina de su miedo y el alma se me escapa tras tus pasos de amigo y traidor al mismo tiempo, de hombre sin más, a fin de cuentas. Te he querido esta noche a la luz de Nissan, porque eres mío, tan mío como el mundo que se siente arrastrado por la oscura querencia de ser alguien. Vas a ser cardinal en la tragedia, el segundo del drama. Y abandono el cenáculo y salgo como loco tras tus pasos. Pues contigo me duelo y con todos los judas que se beben la sangre de los pobres, los niños, las mujeres, los inútiles. Detente, que aún es tiempo y al mismo tiempo corre, que sin ti no es posible la cruz. ¡Oh, sálvame, Judas, de mi Judas!by
Dios sabe lo que me pasa, ¿por qué rezo?
Muchas veces me he preguntado ¿por qué rezar? ¿Para qué pedir a Dios algo que él ya sabe? Es más, según los mejores místicos, ¿para qué pedir a Dios algo que ya tengo, pues soy y estoy en Dios? Durante un tiempo pensaba que la oración de petición es como un guiño que se hace a Dios o una toma de conciencia de mi entronque con él.
Poco a poco fui comprendiendo que hay algo más: la movilización de una energía. Al rezar se mueve algo en un nivel superior, se activa una fuerza que atraviesa el cosmos, gracias al amor, que devuelve la conciencia de unidad y tiene valores terapeúticos, cura.
Varios médicos estadounidenses han estudiado las reacciones en enfermos por los que se rezaba en comparación por los que no se hacía así. Los resultados son sorprendentes. Aquellos por los que se oraban se curaban antes y mejor.
Además rezar, de camino, a mi me cura también, porque me reconecta con la energía del amor de la que estoy hecho. Por eso creo en lo que se llama curación a distancia y en la posibilidad de engancharte a nubes de negatividad (conjunto de pensamientos negativos) o de positividad. Dios está siempre y en todo, es cuestión de actuar su presencia o su ausencia. Cuando desaparece el yo, esa energía, crece. Las religiones muchas veces hablan de la inmortalidad del yo.
Pero lo inmortal no es el yo, sino lo que hay detrás del yo, aquello de lo que el yo es una manifestación. Es es el sentido de “el que no se niega a sí mismo…” de Jesús. Cuando mi ego desaparece la Energía Divina arrasa.
byLa alegría de sentirnos tan inseguros
Me pide un lector que le explique la frase del padre Arrupe “Tan cerca de nosotros no había estado el Señor, acaso nunca; ya que nunca habíamos estado tan inseguros”. La interpreta como que la cercanía del Señor crea inseguridad. Es justamente lo contrario: los pobres, los débiles, los inseguros son los predilectos de Jesús de Nazaret y por tanto, como enseñan las bienaventuranzas los más próximos al Reino.
Hay que conocer el contexto en que la frese fue pronunciada. La Iglesia vivía la época arriesgada del posconcilio: defecciones sacerdotales, crisis de vocaciones, inseguridad derivada de que las cosas no estaban tan claras y definidas como antaño. Recuerdo que un día salieron para secularizarse nada menos que dos generales de órdenes religiosas. Giuliana di Febo, que en esos tiempos era secretaria de Arrupe en la Unión de Superiores Mayores, de la que Arrupe fue relegido presidente 16 veces, me contó que cuando fue con la noticia a Arrupe, éste en vez de escandalizarse comentó: “Giuliana, ahora tenemos que quererles más”. Y cuando un compañero vasco le habló indignado por el número de salidas, Pedro le contestó: “El último que apague la luz”, como diciendo que para él la Compañía no era un absoluto. Todas son frases que responden a una misma actitud: su optimismo y su confianza, consecuencias de la fe. Es una frase que ante los que siguen teniendo miedo ante el cambio o ante actitudes tan savonarlescas excomulgando y declarando herejes por aquí y acullá, resulta consoladora. La Iglesia de Jesús no está en el Sanedrín sino con todos los pequeños que buscan en medio de la oscuridad y se sienten inseguros. Como dice el salmo: “Como un pequeñuelo en brazos de su madre, así está mi alma dentro de mí”.
byViaje al centro del ser
El secreto de la paz interior está en situarse en el centro del Ser. Las personas tenemos capas, como una serie de cáscaras igual que una cebolla. Y nuestro problema principal radica en que confundimos la vida verdadera con estos epifenómenos o aspectos circunstanciales. Por ejemplo nos identificamos con una faceta externa de nuestro quehacer o papel en el mundo.
Para un político puede ser su rol, su imagen externa de gestor famoso, sus éxitos, las veces que sale en la tele, la posibilidad de ser elegido, el prestigio que tiene en su partido.
Pero no hace falta ser un personaje “importante”. A veces es la belleza física, el éxito en la seducción, el papel de padre en la familia, la capacidad de ganar dinero, el que te conozcan por tu profesión y en tu entorno. Otros se identifican con la negatividad de una culpa, un rencor de infancia, una obra literaria, un miedo no superado.
Cree angustia, aparente alegría o placer instantáneo, no somos nada de eso. Pera estar bien necesitamos emprender un viaje hacia un país que parece desconocido, pero que no requiere andar kilométros ni buscar fuera. Está en el fondo de nosotros mismos. No es el subconsciente, que nos gasta malas pasadas con frecuencia, porque es como un sótano lleno de recuerdos no asimilados, telarañas, pequeños monstruos que somos incapaces de vencer. No es tampoco la conciencia moral, la que nos alaba o reprocha por lo que pensamos que está bien o mal.
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