Siempre hace buen tiempo

Monthly Archives: junio 2020

Revolución en un vaso de agua

“El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pobrecillos, sólo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro.

En lenguaje popular se puede decir que el evangelio de este domingo “tiene castañas”, y es difícil de comentar. Hay que situarlo en primer lugar en el contexto de una sociedad en que fue redactado. En el hogar romano no imperaba la motivación del amor al construir la familia, sino del poder y la economía. El padre tenía una potestad absoluta sobre la esposa, sobre los hijos y no digamos nada sobre los esclavos y efebos. Hoy no estamos tan lejos, si observamos el materialismo reinante y la obsesión por ganar dinero, el imperio del placer y  prevalecer, como el colocar bien a los hijos por encima de ellos mismos y sus inclinaciones.

Viene Jesús y rompe todos los códigos vigentes. El imperativo de su misión le lleva a abandonar a su familia, y aunque nunca dejó de amar a su madre (Bodas de Caná) se quita de en medio y crea un grupo de seguidores extraídos del pueblo sencillo. pescadores y algún que otro agricultor. En Nazaret lo desprecian, sus parientes le rechazan y predica un reinado de amor gratis donde los pequeños protagonizan su predilección y su mensaje. Las recomendaciones que presentan estas palabras se inscribe en la exhortación que hace a sus apóstoles para realizar la misión.

¿Qué sentido tiene para nosotros hoy? No van sus palabras contra la familia, ni mucho menos, sino contra una concepción raquítica de la familia. Muchas veces hemos predicado una defensa de la familia a ultranza, fomentada por cierto egoísmo. Por ejemplo, los padres que dan una paliza al árbitro, si este penaliza a algún hijo suyo. Las familias que se enfrentan con los profesores porque sus criaturas no pueden tener fallos. Los hogares donde lo más importante es ganar dinero para mejorar en la llamada “sociedad del bienestar”.

Lo que Jesús viene a decir es que a partir de su buena noticia la sangre, el apellido, el confort hogareño no es un absoluto. Desde el momento que eres cristiano tu corazón rompe tabiques para abrazar a todo el mundo.

Familia
Familia

¿Qué significa esa frase enigmática “el que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará”? Es parecida a la de “negarse a sí mismo”. Jesús no está en contra de nuestra realización como personas, sino a favor de una realización más cabal: cambiar el yo pequeño por mi yo auténtico. Cuando me resituo en la vida, cuando me abro a todos, cuando en mi hogar se calientan otros, cuando me trago las lágrimas para que los demás sonrían, recupero la identidad para la que fui creado, conecto con el hontanar de amor que soy en lo profundo.

El texto de Pablo es revelador: “Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva”. Se trata de morir a lo superficial para resucitar en la verdadera vida. La “nada” de San Juan de la Cruz es el paso para el encuentro con el Todo. La “indiferencia” de Ignacio de Loyola en el “Principio y fundamento” no es abulia, es estar por encima de “salud o enfermedad, vida larga o corta” y todo lo demás para descubrir por qué estamos en este mundo que es para amar. Con un salto mortal: incluyendo a los enemigos. ¿No es revolucionario?

Me diréis: Demasiado, muy difícil. Difícil si te empeñas en hacerlo tú a base de voluntarismo, de puños. No tanto si cambias de óptica. Si te dejas habitar del amor que eres, este mundo pasa. Despierta a lo que queda. Vive feliz el viaje, disfruta de todo sin anclarte en nada, ánclate, eso sí, en el infinito que eres por dentro.

Y sobre todo goza de lo pequeño: “El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pobrecillos, sólo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro.»    La revolución de un vaso de agua.                                                                                                                                                                                                                                        

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El secreto de la pescadera

«Pescadera». Mercado de Loulé (Portugal)

La fotografía produce el milagro cotidiano de atrapar el instante, de detener el tiempo, un tiempo que nunca más se volverá a repetir de la misma forma. Heráclito se convierte en Parménides, el río se detiene, la sonrisa se congela para siempre y nos permite conservar en cierto modo el alma de la pescadera.

                Ella es una mujer del pueblo, que sabe disfrutar de su humilde puesto de pescadera en la plaza y probablemente de hijos y nietos que constituyen toda su vida. Pero con su alegría nos da una lección muy profunda. Que lo mejor de nuestra existencia no depende del “qué”, sino del “cómo”. No de nuestros cargos, éxitos y posesiones, sino de cómo vivamos este momento, este ahora. Sentimiento de culpa, experiencias del pasado y miedo al futuro ocupan nuestra mente torturándonos. Pero el pasado no existe, se esfumó, y el futuro no ha venido aún ni sabemos cómo va a venir. Mientras, se nos escapa este paisaje, este encuentro, esta sonrisa. Hay que vestirse como quien se viste, caminar como el que camina, lavar los platos como quien lava los platos.

El ahora es como un taladro que nos conecta con lo permanente, lo que realmente somos, donde el ser se ensambla con el Ser. Por ejemplo, los niños son felices porque no se pasan películas mentales, esos diálogos torturadores en la cabeza que sufrimos los adultos, disfrutan justamente de lo que están haciendo.

                La lección de esta pescadora es que, como dice Thích Nhất Hạnh, “a veces tu alegría es la fuente de tu sonrisa, pero a veces tu sonrisa puede ser la fuente de tu alegría”.

¡Qué bien lo resume Jesús!: “Bástale a cada día su propio afán” (Mt 6,34).

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Antídoto contra el miedo

Jesús tiende la mano y quita todos los miedos

Ver hoy día un telediario es casi como tragarse una película de terror y últimamente de ciencia-ficción. Con la diferencia, eso sí, de que no se trata de ficción cinematográfica sino de hechos reales. Recuerdo que, cuando yo estudiaba periodismo, los crímenes pasionales, las historias truculentas y sanguinarias, las puñaladas traperas y las relaciones inconfesables no merecían sino un “suelto”, una pequeña gacetilla en los rincones de los periódicos. Si se quería profundizar en tan morbosas historias, había que comprarse semanarios especializados como El Caso, auténtico pozo de negro de aquellas noticias.

Lo curioso es que tales informaciones, que, por su carácter de no ejemplaridad no ocupaban mucho espacio en los periódicos, están ahora en primera plana. Se aduce que son “violencia de género”, o que son “noticia” como el caso de la desaparición y/o asesinato de niños, o que “venden”. Encima algunas televisiones se regodean después en unos ululantes debates revolviendo más y más dicha porquería. No digamos nada con el monotema de la pandemia. Conozco a muchos que apagan los telediarios porque su psique no aguanta más.

Si pasamos a la información política, económica e internacional observamos que hay como un deleite en transmitir la negatividad que vive nuestro mundo. Es cierto que hay crisis económica, que siempre hay guerras y desigualdades, que el planeta se deteriora, que crecen los nacionalismos, que la sociedad del bienestar está seriamente amenazada. etc. Pero parece que nuestra gente está siendo minada en su subconsciente con cargas de profundidad negativas.

Quizás los hechos de que salga el sol todos los días y que el tendero de la esquina nos cuente un chiste no sean noticia, de acuerdo. Pero sí lo son los miles de jóvenes que trabajan en ONG’s, que los médicos y enfermera se han dejado la piel, que ahora como nunca la gente dona órganos o que un buen sector de la sociedad está indignado con la corrupción política y quiere cambiar nuestro mundo. Sólo por citar algunos ejemplos de esa otra cara alegre del planeta que parece no interesar al hambre de truculencia que nos domina.

El resultado de todo eso es lo que hemos venido en llamar “Miedo ambiente”. Es peor ese “miedo” difuso que se cuela por las rendijas de los medios de comunicación al propio deterioro del medio ambiente, porque, si éste último afecta a la vida del cuerpo, el primero socava la vida del alma, nuestra psicología, que es la ha de ser capaz de afrontar el presente.

Jesús quita todos nuestros miedos
Jesús quita todos nuestros miedos Pedro Miguel Lamet

La liturgia de hoy domingo es un antídoto contra el miedo. Primero Jeremías, que al ver que sus enemigos le acechan para que dé un traspiés, siente una gran seguridad interior, porque “el Señor está conmigo. Pablo pone el acento en el peor miedo de todos, el que nos acompaña porque hemos nacido, el de la muerte junto al miedo a la ley (no hacer mal porque está mandado, por miedo al castigo).  Lo que tenemos de Adán lo hemos superado gracias a Jesucristo.

Pero sobre todo el evangelio es un canto a la debilidad aparente. Todo depende de nuestro enfoque. Vivimos en el miedo a lo que puede pasar al cuerpo, especialmente a causa de la negatividad de nuestra mente que nos runrunea no solo el miedo al coronavirus, sino al futuro económico, a que no nos quieran, que nos dejen solos, etc. Si das un salto a lo único que es permanente desde este “ahora”, surge la confianza, el saber que ya somos vida eterna. Eso significa que nuestros cabellos están contados, que Dios cuida de los gorriones, una de las aves más frágiles de nuestro planeta. “No tengáis miedo”, repite Jesús. El gran antídoto contra el miedo es la confianza que nos aporta la fe.

Hacemos pues una llamada pues al optimismo. Lanzamos una campaña contra todos los miedos, que por principio son irracionales. Convocamos a nuestros lectores a renunciar a todo sentimiento de culpa por el pasado que ya pasó, inquietud por el futuro que sólo Dios sabe cómo será, y proclamamos la dicha de disfrutar de este instante, este ahora pleno, dejando aparcado, sin hacerle el menor caso al loro de la mente, que siempre está dando la tabarra. Descubriremos  así que hay dentro de nosotros un hontanar de alegría, que nada tiene que ver con esta película  de miedo que pasa, y tras la que, si sabemos ver, sólo hay un happy end o mejor un feliz ahora que nos dice que aunque sea por una sonrisa, un soplo de brisa, una vaso de agua y una mano tendida la vida merece la pena vivirla

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El «Corpus», fiesta del Cristo total

«Tomad y comed»

En la memoria de muchos de nosotros, la festividad del Cuerpo de Cristo está unida a sensaciones infantiles de un día de sol, colores y olores inolvidables. El desfile de hermosas custodias, como las de Arfe, la ciudad engalanada, las fuerzas vivas de la Iglesia y la sociedad, el olor a flores, incienso y tomillo, los niños vestidos de primera comunión… ¿Qué sentido tenía entonces y tiene ahora esta solemne festividad?

 1. Una fiesta separada de la mesa, y una procesión con aspectos sociales

No se comenzó a celebrar hasta 1246 en la ciudad de Lieja, y fue instituida para la Iglesia universal en 1264, frente a las herejías que negaban la presencia de Jesús en la Eucaristía. En realidad,  venía a consagrar una nueva práctica, separada de la comida fraterna que, según los evangelios celebraba Jesús con sus apóstoles, particularmente en la cena de despedida de Jueves Santo. A partir del siglo VIII el sacerdote comenzó a “decir” la misa en latín, de espaldas al pueblo y en voz baja. Se centraba en el poder sacerdotal, la capacidad de “convertir” el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo, más que en la participación activa de los fieles, como pueblo sacerdotal en la comida que perpetua su presencia.

Procesión del Corpus
Procesión del Corpus

Hasta el concilio Vaticano II no se recuperó el sentido originario de la celebración eucarística. Por otra parte, como el Jueves Santo era un día impregnado por el dolor de la cruz, se quiso subrayar el carácter de fiesta y alegría que supone la institución de la Eucaristía. Si a eso se añade, la unión de Iglesia y Estado en países como España, la procesión del Corpus se convirtió en un hecho social y un tanto oficial. Por ejemplo, los soldaditos tenían que madrugar, fueran o no creyentes, para cubrir la carrera de la procesión e hincar rodilla y fusil al paso de Cristo. Era uno de los tres jueves del año “que relucen más que el sol” hasta que el advenimiento de la secularización y la democracia suprimIera la fiesta laboral –a excepción de algunos lugares de tradicional raigambre como Toledo- y hoy en la mayoría de los sitios se celebra en domingo.

 2. Una fiesta de común-unión

 La liturgia nos propone a nuestra reflexión, un texto del Deuteronomio, considerado como el “testamento de Moisés”. Éste, en uno de sus discursos, hace memoria del pasado, donde Dios regaló al pueblo con alegrías y también sufrimientos que le hicieron madurar  en el desierto como prueba para que confiara solo en Yahvé y le recuerda que “no solo de pan vive el hombre, sino de cuanto sale de la boca de Dios”. Hoy, en medio de nuestros desiertos actuales, como el de la desigualdad y la pandemia, frente a los panes del consumismo, el dinero, el sexo, la fama, el poder, que no sacian al hombre, sino que le dan más hambre, celebramos el Pan de Vida, que llena el corazón humano. Un pan que sintetiza tanto la persona de Jesús como el mensaje de su reino.

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El aura humana, ¿mito o realidad?

Supongo que habréis oído hablar alguna vez del aura. Aunque no nos demos cuenta en la religión católica es algo admitido en los santos, que se suelen presentar con aureola. Pero todos tenemos un tipo de aura. Aunque no se vea, puede experimentarse, cuando, por ejemplo, alguien se acerca demasiado y nos sentimos molestos porque ha invadido nuestro terreno, esa capa vibratoria que emitimos.

Los que dicen que pueden verla aseguran que las hay de muchas formas: como óvalo, largas y delgadas, cortas y gruesas, angostas y pegadas al cuerpo, estrechas por arriba y grandes por abajo y de diversos colores. No es que un aura sea mejor a otra, son simplemente distintas, como distintas son las individualidades, incluso cambian cada día.

A veces podemos sentir el cambio de aura del vecino, cuando por ejemplo, sin que haga el mínimo gesto, percibimos como intuitivamente sus cambios de humor. En medio de una fiesta alguien que charla y sonríe no puede ocultar que su aura por ejemplo está transmitiendo dolor. Incluso desde lejos puedes sentir que te están invadiendo el aura. Podría ser también una razón de por qué nos sentimos cansados tras estar con una multitud, por el influjo quizá de una mezcla de auras.

¿Se puede manejar el aura? Haz la prueba. Visualiza una burbuja circular en torno a ti. Bastan dos o tres segundos. La próxima vez que te encuentres en medio de un gentío, concéntrate e imagínate dentro de ese círculo tuyo de energía. Luego, cuando vuelvas a estar solo, comprueba si te sientes mejor, con mayor o menor energía. Esto no es poner un escudo protector ante los demás ni dejar de sentirlos. Te sentirás más dueño de ti mismo más capaz de ayudar y la gente mejor a tu lado.

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No hay dos sin tres: El misterio de la Trinidad

La Trinidad de Andrei Rublevev

“No hay dos sin tres”, dice la gente, desde el sentido común. Del amor de un hombre y una mujer brota un tercer ser humano, el hijo. De la unión de dos ángulos el triángulo. Del negocio de dos emprendedores una empresa. De la relación entre el artista y la materia (palabra, color, sonido, barro o mármol) la obra de arte. La trinidad visible y cotidiana es parte de la estructura de la vida.

                Pero ¿y la invisible? Hablamos del “misterio la Santísima Trinidad”. Peo ¿quién lo ha visto? ¿quién sabe en realidad cómo es Dios? Dios no cabe en nuestra cabeza, por eso decimos que es un misterio.

                La Biblia, eso sí, nos habla de un Dios amor, amor personal porque te ama a ti, amor total, universal, que no excluye a nadie, amor preferencial porque se inclina al débil, amor comunitario porque en sí mismo no está solo, sino que es comunidad, comunicación. El Éxodo lo presenta en la primera lectura como un Dios “compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en clemencia y lealtad” (34,6), precisamente en un momento de infidelidad después del episodio de la adoración al becerro de oro.

                Este Dios acompaña al pueblo en su éxodo hacia la libertad. Luego en Israel se presentará no como en las primitivas religiones (asociado a los fenómenos naturales), ni por la filosofía, encarcelado en la razón humana, por la búsqueda del “primer motor” o la “causa primera”, sino por la Historia. Así aparece en el pensamiento judeo-cristiano, como acontecimiento, hecho salvífico.

                ¿Cuándo aparece en la Iglesia el concepto de Trinidad? Bastante tarde, en el siglo IV, durante el tercer concilio, el de Calcedonia, celebrado en Constantinopla. Se trataba de cuajar teológicamente conceptos que estaban en el texto bíblico. Mientras en el concilio de Nicea se habló de una sola sustancia (hipóstasis), en el de Calcedonia (Constantinopla) se parte de tres “hipóstasis”. Se trataba de defender que nuestra religión no es politeísta, intentado aclarar que Dios es uno solo con tres personas distintas. En realidad, era una forma de meter el misterio de Dios, lo divino, lo trascendente, en moldes y conceptos humanos de “sustancia” y “persona”. De aquí las discusiones bastante absurdas que han complicado la vida a los teólogos durante los siglos. Pasa el tiempo, pasan los moldes culturales, cambia el lenguaje y muchas palabras pierden su significado.

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Entrevista en VIDA NUEVA: «Me acerca más la vía mística que la teológica»

Pedro Miguel Lamet

Tras el paréntesis que supuso su anterior trabajo, Deja que el mar te lleve (Mensajero, 2019), el jesuita Pedro Miguel Lamet regresa al terreno que más ha cultivado a lo largo de su ya dilatada trayectoria, el de la novela histórica. Y lo hace con La noche enamorada (Mensajero), la biografía del personaje más “complejo y misterioso” al que se ha enfrentado como escritor: san Juan de la Cruz.

¿A qué achaca esta personalidad tan insondable?

A sus tremendos contrastes: pobre de origen y millonario de espíritu; pequeño de estatura y el mayor místico de nuestra historia; sensual y asceta riguroso; casi autodidacta y el mejor poe- ta reconocido en lengua castellana; padre de la reforma carmelitana y perseguido por sus her- manos; querido y alabado por santa Teresa y un tanto olvidado por ella al final de su vida; doctor de la Iglesia y censurado; volcán de amor y após- tol de la Nada…

¿En la obra priman sus inquietudes históricas o una afición compartida con el morisco Nayim por la literatura mística?

Rahner dijo que el siglo XX fue el del hombre, y el XXI sería el de Dios. Ha llegado la hora de que la mística llegue en calderilla al pueblo. No me refiero a la New Age, sino a un anhelo muy profundo de alcanzar la Unidad del Todo. Aunque no mayoritariamente, la gente busca ahora la contemplación directa. En la España de los siglos XVI y XVII hubo una importante fusión de culturas, que en la novela están encarnadas por el morisco Nayim y el judío Isaac. Confieso que me acerca más a Dios la vía mística que la teológica.

Poeta, místico, teólogo, reformador… ¿Qué Juan de la Cruz sorprenderá más al lector?

El hombre y su insondable misterio: “Por toda la fermosura / nunca yo me perderé / sino por un no sé qué / que se alcanza por ventura”. Juan de la Cruz ama y canta a la belleza, pero la tras- ciende. El auténtico ecologismo ha de ser integral; no debe quedarse en la creación, sino en el vacío lleno que hay detrás de ella, en ese “no sé qué que queda balbuciendo”.

Estas páginas reivindican la permanente actualidad de sus versos. ¿El exceso de ruido de nuestras sociedades ha hecho que apreciemos hoy más sus silencios?

Nuestro mundo actual tiene muchas concomitancias con el Siglo de Oro, que vivió la primera globalización del imperio y el acercamiento a las Indias por las rutas del oro y las especias. Tiempo de aventureros, quijotes y santos. A todo estallido de poder y ambición sucede un hambre de silencio. La actual pandemia está relativizan- do nuestra sociedad del bienestar. Con el confinamiento, muchos han tenido que vivir unos ejercicios espirituales obligados y, al escuchar el silencio, redescubrir que en lo pequeño e imperceptible se oculta un secreto tesoro, lo mejor de la vida.

Su anterior novela es un relato “sobre la su- peración interior del dolor humano”. Parece una excelente compañía para este tiempo de pandemia…

Es una novela sobre la autoliberación de un periodista, que al regresar al hogar de su infan- cia se enfrenta con sus fantasmas y frustraciones, que vienen a ser los problemas de cualquier hombre de hoy. En el mar y los recuerdos de su hermana muerta recupera la paz. Algo muy de hoy, una búsqueda de Dios sin Dios, a través de perdonar y perdonarse.

¿Está aprovechando el confinamiento para poner en marcha nuevos proyectos?

¡Qué remedio! Aunque al no salir, paradójica- mente, cuesta más concentrarse. Preparo una novela histórica, más completa que mi anterior El caballero de las dos banderas, sobre Ignacio de Loyola. Un retrato no solo del peregrino, sino también del general, con motivo del V Centena- rio de su conversión, que celebraremos el año que viene.

JOSÉ LUIS CELADA

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