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Entrevista en el «Diario de Cádiz

Publicado en el Diario de Cádiz (20-X-2019)

CÁDIZ

DE CERCA CON PEDRO MIGUEL LAMET

«Recuerdo la explosión y el cielo ensangrentado»

  • Jesuita, poeta y escritor,  fue testigo de la explosión del 47, donde salvó la vida “de milagro”. Se marchó de niño de Cádiz, pero afirma que Cádiz siempre le ha marcado en su profesión y en su fe.
Pedro Miguel Lamet, en un momento de la entrevista
Pedro Miguel Lamet, en un momento de la entrevista / FITO CARRETO

PEDRO INGELMO20 Octubre, 2019 – 06:00h

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Pedro Miguel Lamet (Cádiz, 1940) es uno de los grandes intelectuales de nuestra época. Jesuita desde 1959, se formó como periodista, filósofo y teólogo, aunque donde él se encuentra realmente cómodo es con la poesía. Gaditano de nacimiento, se fue muy pronto, pero él considera que nunca se ha ido. Ni de Cádiz, ni del mar.

—Gaditano, hijo del mar.

—Yo tengo raíces en el mar por los dos abuelos. Uno era maquinista de barco y otro farero, cuando el faro era importante en Cádiz. Recordaba los temporales por el istmo, a veces pasaba mucho miedo cuando el viento rugía.

—Pero fue el mar el que le separó del mar. Su padre se trasladó a Madrid a crear, curiosamente, el comisariado marítimo.

—En Cádiz estuve hasta los seis o los siete años, que es cuando nos trasladamos, pero aún así volvíamos a Cádiz cuatro veces al año, por lo que siempre estábamos muy unidos a Cádiz. De todas maneras, recuerdo nítidamente mi niñez. Nací en la calle Sacramento. Mi tía era violinista, profesora del conservatorio, y mi madre maestra. Creaban un ambiente que me influyó mucho. Tanto como el mar.

—Le hacía de Bahía Blanca.

—Bueno, es que se puede decir que mi padre fue el fundador de Bahía Blanca. El chalé se llamaba Las Margaritas, que hoy sigue dando nombre a un edificio en Santa Cruz de Tenerife. Fue uno de los primeros chalés del barrio.

—¿Vivió la explosión de 1947?

—Sí, estábamos en el chalé y se puede decir que sobrevivimos de milagro porque desobedecimos a mi padre, que nos dijo que fuéramos al segundo piso, que resultó muy afectado, y nosotros nos quedamos en el patio jugando a las peonzas. Recuerdo el cielo ensangrentado, los cascotes volando. Teníamos una costurera jorobada que dio un salto por encima de la empalizada. Mi padre sacó el coche con los cascotes encima y salimos de allí viendo toda la desolación a nuestro alrededor. Durante mucho tiempo, oíamos cualquier ruido y saltábamos.

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