
Capitel de la iglesia de San Juan. Atienza (©PMLamet)
Érase una vez un ángel que siempre estaba aburrido. Hacía poco que había abandonado la tierra por una repentina enfermedad y ni siquiera había caído en la cuenta de que se había convertido en ángel. Echaba de menos la plaza del pueblo donde jugaba al balón con sus amigos y el huerto de la esquina cuya tapia saltaba para robar manzanas; el tirachinas, su colección de cromos de futbolistas, las chuches y el pan con chocolate de la merienda.
Y de pronto se vio rodeado de seres transparentes, un mar de luz y otros ángeles que tocaban el arpa todo el santo día. Así que fue a San Pedro y le dijo:
-Pedro: yo aquí me aburro como una ostra sin jugar a pídola. ¡Es que en el cielo ni siquiera tenéis playstation! ¿Por qué no me dejas volver a mi pueblo, por lo menos un rato?






