“El cielo escomo un inmenso / corazón que se abre, amargo./
No llueve: es un sangrar lento / y largo.” Versos de Gabriela Mistral que vienen a la mente al contemplar este “chirimiri” indio en este balbucir sus primeras palabras el otoño. O el poema de Verlaine: “Llueve en la calle como llueve en mi corazón”.
Las primeras lluvias son hermanas de la melancolía, la vuelta al cole, el cristal empañado, el primer amor de verano que no retornará, la tibia atmósfera del cuarto de estar con magdalenas y café con leche. Cuando llueve, la ciudad se recoge en meditación y los viandantes bajo el paraguas son como monjes urbanos a los que no les queda más remedio que mirar hacia el interior. ¿Os acordáis de la canción de Pablo Guerrero “Tiene que llover”? Para él la lluvia era también símbolo de la libertad: “Hay que doler de la vida hasta creer / tiene llover / tiene que llover / a cántaros”.
¡Oh mansa lluvia que renueva la vida y borra los adioses!
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