El yo bien conectado no depende de que las cosas estén a su servicio, de que se convierta en el centro del universo, de que lo jaleen. El yo sano es contemplativo. Todo grita y se armoniza desde el fondo de su corazón.
Pero hoy solo sabemos ver y escuchar por las pantallas y los auriculares de la compra y venta, del éxito, de la belleza convencional que dictan los grandes de la moda y la cultura; de los grandes oligopolios y multinacionales de la comunicación; de lo que es in y super o hiper o ‟fenomenal», de lo que renta.
Casi nadie mira a la violeta escondida detrás de la roca.
Sin embargo mi energía es sólo una chispa de la hoguera del universo. Mi conciencia es solo un resplandor de todo el sol.
Solo alcanzo lucidez si estoy conectado a esa luz superior y total.
Cuando no me limito a mi mismo por mis propias ‟chorradas», despierto.
El silencio me hace crecer en todas direcciones, me expande, me libera.
Yo hago silencio cuando me suelto a mi mismo, y suelto ideas, esquemas, formulaciones. Perderse es encontrarse. (Lo decía Jesús de Nazaret. Lo que pasa es que lo han estropeado con ascética, cilicios y mortificaciones. Él se refería al ego, al personaje ese en el que hemos centrado todo).
De esta forma asisto desde lo que aparece a lo que no aparece, de lo visible a lo invisible, de lo particular a lo universal, de lo terrenal a lo cósmico.
Uno con el mar. Uno con el fuego. Uno con el aire. Uno con la tierra.
Cuando más allá esté, más aquí me descubriré. Mirar es renacer. Te abrirás a lo cósmico en cada brizna de la realidad.
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