Nos pasamos la vida buscando en un mapa. Nacemos llorando porque acaban de arrojarnos a un mundo hostil, bien distinto del confortable líquido amniótico. Aprendemos para “ser alguien en la vida”, a encontrar nuestro camino en medio de una sociedad de competencias. Y, cuando, más o menos, parece que hemos alcanzado una cierta estabilidad en nuestro entorno, una mínima patria donde residir, comienzan los achaques, la cuesta abajo de las pérdidas, y el temor esencial del ser humano: ¿para qué la vida?, ¿dónde desemboca todo esto?, ¿qué hay detrás de la muerte?, ¿por qué nunca acabo de alcanzar la felicidad plena?
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